EL DOLOR INCONSOLABLE DE LOS ARREPENTIMIENTOS
En mi opinión, una de los dolores más intensos, más dramáticos, más inconsolables y desesperados, es el que provocan los arrepentimientos cuando son sentidos desde el alma, cuando van cargados de esa pena que abate porque uno es consciente de su incapacidad para modificar el pasado.
El arrepentimiento es un estado del alma.
Sólo el alma tiene la sensibilidad suficiente como para darse cuenta de lo causado por los hechos o las omisiones, por el resultado de lo que entonces no se previó y ahora se muestra como una explosión dolorosa imposible de no ver.
Ese pesar que causa darse cuenta ahora, con retraso y sin posibilidad de volver físicamente atrás a resolverlo, se convierte en una pesada carga de la que parece que es imposible deshacerse. Se convierte en un martirio atormentado y desconsolado que no encuentra la paz en ningún sitio.
Al sentimiento interno se añade después el proceso mental. La mente se da cuenta del resultado de los hechos, comprende –pero ahora que ya es tarde- lo que tenía que haber sido de otro modo, y no para de machacar y machacar y machacar… y de ese modo deja de ser un arrepentimiento con posibilidades de sanación y se convierte en una guerra interna en la que uno claramente es el perdedor. Esa forma de actuar oculta las posibles soluciones porque hace que todo gire en torno al grave error y a las nefastas consecuencias. Y se queda uno estancado en ese pozo negro.
A lo anterior se añade el juicio moral. Uno se juzgará –tal vez injustamente- por lo ocurrido, se castigará –tal vez injustamente-, y será un motivo de malestar en la relación consigo mismo y una bajada importante de la autoestima.
Todo este penar requiere un alivio –que en esos momentos no está a la vista y parece imposible-, pero ese alivio es difícil porque la mente insiste en ponernos a la vista los otros posibles resultados –que siempre parecen mejores que el que se auto-juzga- que hubieran aportado otras alternativas, así que la mente –que en este caso no colabora- sólo nos hace imaginar que si hubiésemos hecho otra cosa distinta los resultados hubiesen sido mejores. Y es posible que sea cierto, pero es muy fácil acertar “a toro pasado”. Uno tomó la decisión que consideró adecuada, o la que única que en aquel momento vio viable, o la que permitieron las circunstancias de entonces.
Si el arrepentimiento de ahora se queda exclusivamente en la queja es un arrepentimiento inútil. Sólo con pensarlo y castigarse no se resuelve nada.
Parece que la mejor propuesta es asumir los hechos –negarlos no sirve para nada-, la posterior aceptación con calma de los hechos, la extracción del aprendizaje que se pueda extraer –para no volver a repetirlo-, y el perdón. Perdón real desde el corazón porque si es sólo una palabra es inútil.
Y una vez hecho todo lo anterior será bueno remediarlo si es posible.
Y si ya no es posible… nuevamente perdonarse en un acto de sincera contrición, un acto de acogimiento sin condiciones, con una sonrisa que marque un nuevo punto cero desde el que retomar el aprendizaje que es la vida en el Camino del Desarrollo Personal y Espiritual.
Siempre estamos aprendiendo aunque parezca que nunca terminamos de aprender. Así que… Amor Propio y Paciencia.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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