REVISA A MENUDO TU JUSTICIA… O TU INJUSTICIA.
En mi opinión, un asunto tan primordial como este no siempre está bien atendido, y actuamos la mayoría del tiempo de un modo inconsciente, regidos por una moral que suponemos justa y adecuada –porque no podemos dudar de nosotros mismos-, pero que está sin revisar, sin actualizar, y sin tener unos criterios sólidos y bien definidos.
En el diccionario hay varias acepciones para esta palabra: “En el cristianismo, una de las cuatro virtudes cardinales que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que es debido”. “Principio moral que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece”.
Al margen de la definición, el concepto que más o menos todos tenemos es el de “obrar de acuerdo con los propios principios de ecuanimidad, honradez y moralidad”.
Consideramos que administramos justicia en el trato con los otros cuando actuamos de acuerdo con esos principios éticos y morales, o sea, de acuerdo con las normas sobre el bien y el mal que tenemos como correctas.
Considero que revisar objetivamente el modo en que la aplicamos puede hacer que nos demos cuenta de que tal vez somos demasiado rígidos en la aplicación, de que no somos empáticos o comprensivos con la situación o la persona que estamos juzgando para después aplicar nuestra justicia.
Tal vez no tengamos en cuenta siempre que los otros son los otros, que tienen una personalidad y unas circunstancias y una educación y unos criterios que pueden ser absolutamente distintos de los nuestros. Y que lo mismo que nosotros tenemos nuestros principios ellos tienen los suyos, y que ni nosotros ni ellos tenemos que obrar de acuerdo con los principios de los otros –para satisfacerles- sino de acuerdo con los nuestros propios.
Así se crea un conflicto de intereses.
Es bueno preguntarse ¿quién soy yo para juzgar? y después de encontrar la respuesta –que será interesante conocerla si es honrada-, eso nos puede conducir a otras preguntas ¿quién soy yo para administrar justicia?, ¿con qué derecho o autoridad lo hago?, que también pueden llevar aparejadas otras más ¿los principios sobre los que me baso son objetivos?, ¿realmente mis normas son justas?, ¿aplico la justicia sólo en función de que estén acatando o no mis normas?, ¿Es justa mi justicia?
Si seguimos con la honradez y honestidad que estos ejercicios de introspección requieren, nos daremos cuenta de que estamos ejerciendo una labor para la que no estamos bien preparados y que se nos queda tal vez un poco grande.
Sin mezclar esta frase con la religión, sólo viéndola objetivamente, comprueba qué te dice: “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados”.
En este momento de mi vida me siento incapaz de juzgar a cualquier persona. Mi capacidad de empatía, de comprender su pasado y su modo de ser, me impiden hasta opinar. Tengo la convicción de que si yo hubiese tenido su infancia, su educación, su pasado, sus circunstancias anteriores y presentes, sus miedos y su moral, su vida, estaría actuando EXACTAMENTE IGUAL QUE ELLA. Y eso me deja sin argumentos para enjuiciar y calificar a alguien.
En cuanto a mi justicia… pues trato de que esté equilibrada, que se asiente sobre una gran apertura de corazón y con la comprensión dispuesta a abrazar todo y a todos. La actualizo a menudo y voy poniendo cada vez menos exigencia para con los otros y más concordia. Casi prefiero eliminar esa responsabilidad y dejar que cada uno obre según sus propios criterios sin tener la necesidad de ser yo su juez y menos aún su verdugo.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí:
http://buscandome.es/index.php?page=59
Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo.
(Más artículos en http://buscandome.es/index.php?action=forum)