Yo
Sergi Torres.
¿Qué he sido antes de ser yo?
El primer recuerdo que yo tengo como Sergi es el de yo mismo haciéndome esta pregunta; lo primero que recuerdo como pensamiento consciente y que pasó a formar el eje principal de toda la infancia. Mi objetivo era recordar quién era en realidad y encontrar qué es lo que se escondía detrás de ese yo que se hacía la pregunta. De lo único que estaba seguro en aquel momento, era que yo no era sólo aquel que se hacía la pregunta, sino algo mucho más extenso que no conseguía recordar totalmente.
La respuesta a esa pregunta siempre era inmediata y llegaba en forma de experiencia. Una experiencia que me llevaba al lugar fuera del que yo estaba haciendo la pregunta. En todos los casos siempre recibía la misma experiencia como respuesta: todo lo que veía frente a mí desaparecía como si fuera un decorado que se desvanecía y me veía siendo todo el universo. Cuando esta experiencia empezaba, recuerdo que sentía que mi cráneo se expandía como si fuera elástico, y cuando terminaba, un leve mareo. Lo único cierto que sabía de todo esto, era que nadie a mi alrededor lo experimentaba y que ni tan siquiera se preguntaban lo que me acababa de preguntar. Eso me hacía sentir solo, dentro de un lugar en el que únicamente experimentaba dudas e incertidumbre. Sergi era la amnesia, la incomprensión, la soledad y la pregunta. En cambio, la respuesta a esa pregunta era Todo. Recuerdo que a menudo me hacía la pregunta motivado por un sentimiento de nostalgia. Yo lo vivía como un juego, era un secreto que tenía y que me hacía sentir especial dentro de ese desconcertante lugar.
A medida que me fui haciendo mayor esta pregunta fue desapareciendo de mi mente. Me pasé toda mi adolescencia tratando de encajar en el mundo que veía. Usé todo lo que vivía en este mundo para tratar de crear un yo o una personalidad que encajara lo mejor posible en él, pero un día, cuando tenía veintiún años, recordé que yo no era eso que percibía de mí mismo y que el mundo en el que trataba de encajar era una mera ilusión, la cual no era más que una simple imagen de la totalidad, tal como la percibía mi pequeño yo.
Actualmente he reconocido la insensatez de tratar de luchar con esa idea de estar en un lugar ajeno, con una identidad que no es real. Hoy uso mi identidad aparente, al igual que muchos otros, como vehículo, como una tarjeta de visita a través de la cual el universo se presenta en este mundo. Esto es lo que veo en todos. Todos son una puerta específica que me lleva al mismo lugar, a la misma conciencia. No importa qué forma tenga la puerta, ni lo que la puerta piense de sí misma. Sólo importa mi deseo de cruzarla o quedarme a este lado observando una ilusión.
Ahora sé que esta condición de apariencia, que toma forma de yo, no es más que una ilusión limitada de mi verdadero yo. Un curso de milagros me invita en cada página a aprender a pasar por alto la percepción de lo que veo, pues no sólo no existe, sino que nubla mi visión ante mi verdadera identidad. Ésta es la enseñanza que uso para recordar que olvidé preguntarme: ¿Qué soy yo en realidad? y que la respuesta a esa pregunta siempre es dada. Sé que no existo tal y como me concibo a mí mismo separado de mi Creador, a pesar de tener un mundo a mi alrededor que no sólo no lo cree, sino que le aterra esta idea. Una vez has dejado de luchar con tu yo, sólo te queda llevarlo al límite de la existencia, poniéndole enfrente del espejo de la verdad. Y ante este espejo no hay reflejo; sólo ves un puente que te lleva de vuelta a tu realidad.