EL PELIGRO DE LOS MIEDOS
En mi opinión, es muy cierto ese dicho de que “sólo hay que tener miedo a tener miedo”. Y es cierto.
Los miedos, de cualquier índole e intensidad, son peligrosos, dramáticos, traumáticos, paralizantes, minan la Autoestima, crean inquietud y temor… resumiendo: no hacen aportaciones positivas, somos sus víctimas sufrientes, y, sin embargo, en general hacemos poco por escapar de ellos.
Los aceptamos y asumimos como inevitables, y nos equivocamos al hacerlo así.
Cuando una persona está sintiendo miedo su razón deja de funcionar del modo sensato y adecuado, porque se encuentra en una situación generalmente desconocida e inquietante, muy incómoda, y con la ecuanimidad cegada y confusa como para poder actuar del modo requerido y necesario en ese momento.
Nuestra mente -en este caso enemiga innecesaria- tiene tendencia a magnificar lo que nos está produciendo ese miedo, sea el que sea. Nos hace verlo exageradamente trágico o dramático. Nos obnubila la capacidad de medir del modo correcto. Nos ciega las salidas, las soluciones, la verdadera realidad, y nos hace instalarnos en una situación o un sentimiento de inferioridad, como hormigas indefensas a punto de ser aplastadas por la pisada inevitable de un elefante.
Ante una vivencia de miedo, lo conveniente es –y ya sé que esto es complicado de llevar a la práctica, pero no imposible- salirse del miedo. Lo adecuado es verlo como algo ajeno a nosotros, algo que le está sucediendo a otra persona, algo que no nos afecta directamente porque no estamos involucrados en ello. Y se puede conseguir.
Es cuestión de tomar el control de los sentimientos y de las emociones, de preservarse de los efectos del miedo, de no dejarse arrastrar a ese camino por el que nos lleva en el que a cada paso todo es más oscuro, y cada paso nos aleja más de la salida.
En esa situación lo mejor es salirse del miedo, serenarse, y hacerse una pregunta: ¿Qué es lo peor que me puede pasar con esto?
Y se deben llevar las respuestas hasta el extremo, hasta lo que aparente ser la máxima gravedad, pero… sin salirse de la realidad.
“Lo peor” no es, nunca, que uno se vaya a morir, o que se acabe la Humanidad, o que el mundo salte en pedazos.
“Lo peor”, de verdad, tiene la décima parte de gravedad de la que nuestra mente pesimista es capaz de adjudicarle.
“Lo peor”, está relacionado casi siempre con cosas a las que atribuimos una gravedad o una importancia que no coincide con la realidad, y que si somos capaces de ver y valorar en su justa medida se pueden llegar a desmoronar ante nuestros ojos.
“Lo peor”, casi siempre es algo que tiene remedio o que, despojado del poder de atemorizar que le hemos otorgado, se queda en un asunto por el que hay que pasar o que hay que resolver. Y nada más.
Ya sabemos que la vida es una sucesión de experiencias, unas reconfortantes y otras desagradables, por las que tenemos que atravesar. Y conviene hacerlo del modo en que menos nos afecten, y hacerlo de este modo es un acto de auto-respeto, de sensata preservación, y de amoroso cuidado.
¿Qué es lo peor que me puede pasar?, hay que preguntarse y responderse. Y uno se da cuenta de que puede con ello si lo mira frente a frente, no desde la inferioridad y el pavor que aporta el miedo; si es capaz de verlo con la imparcialidad que permitiría entenderlo como una situación temporal, como un asunto con remedio, como una experiencia de la que salir fortalecido, como otra cosa más de la vida –que nunca está exenta de asuntos incómodos-, como un conflicto que no es tan grave como pretende aparentar.
Miedo: Algo intangible, inexplicable, irrazonable, que no tiene entidad… un asunto mental. Una construcción mental de una mente condicionada. No es como estar encerrado en una jaula con un león hambriento, que eso sí puede dar miedo.
Es sólo una idea, una conjetura, es algo a lo que le otorgamos un poder superior, la capacidad de apesadumbrarnos y abatirnos mientras que nos quedamos quietos, inamovibles, petrificados, sólo pendientes de sufrir su efecto devastador.
¡Y cómo puede ser que a una cosa así le demos el poderío que le damos!
¿Qué es lo peor que me puede pasar? Y nada de lo que pueda pasar es tan irremediable, tan gravísimo, tan destructivo, como para elegir la opción de quedarnos achicados sin salir a su encuentro para desbaratarlo.
¿Cómo puede ser que algo que no ha sucedido, que es simplemente una suposición, pueda contigo?
La solución es teóricamente sencilla: tomar el gobierno de la propia vida. Decidir con firmeza, enfrentarse, aceptar el reto, desmenuzarlo para demostrarle y demostrarse que es un enemigo etéreo, despojarle del poder rebajándolo de la categoría de enemigo invencible a su sitio adecuado: que es un asunto que hay que resolver y se va a hacer lo necesario para resolverlo.
Cualquier esfuerzo es una buena inversión para poder escapar de su dictadura inaceptable, y para desterrar esa sensación que provoca, pesarosa y agobiante que pesa como un mundo, y que inmoviliza a su potestad con las más férreas cadenas.
No hay que tener miedo.
Que las cosas o situaciones desagradables o desconocidas provoquen inquietud es razonable, que nos gustaría no tener que pasar por ellas es comprensible, que preferiríamos que no existieran es cierto, pero si se presentan, si suceden, no hay mejor remedio que mirarlas a la cara, sonreírlas con descaro, despojarlas de su aureola agresiva, y hablarles de tú a tú.
Perderán la fuerza de golpe.
(Además, recuerda esas situaciones de miedo por las que has atravesado y comprueba cómo con el paso del tiempo han perdido todo el poder que en su momento les otorgamos)
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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