LO FÁCIL, LO DIFÍCIL Y LO IMPOSIBLE
En mi opinión, las cosas que nos pasan tienen un diferente grado de dificultad que viene indicado por su complejidad… o bien por nuestra predisposición ante ellas.
Básicamente es así: si eso que nos pasa es algo para lo que estamos preparados y que nos resulta satisfactorio, lo incluimos en lo fácil. Si nos gusta menos, o no nos apetece, o no estamos bien preparados para ello, lo clasificaremos como difícil. Si verdaderamente no estamos capacitados para afrontarlo, o si no depende de nosotros resolverlo, podemos clasificarlo como imposible.
Lo fácil no causa problemas y podemos con ello. No hay que preocuparse.
Lo difícil presenta obstáculos. El hecho de ser difícil implica que no es imposible, solo difícil. Y entonces depende de la voluntad propia resolverlo. Requiere un esfuerzo y uno tiene que decidir si le compensa ese esfuerzo de algún modo. Tendrá que implicarse a fondo, o pedir ayuda, o aprender, pero podrá resolverlo.
Lo imposible… pues es imposible. Si fuese posible entonces sería fácil o difícil, pero no imposible. No es posible. No puede ser. Y en vez de aceptarlo así, con un comprensivo encogimiento de hombros, con un acatamiento sin sufrimiento ni sensación de derrota, con la tolerancia que ello requiere, uno se emperra en rechazar enfadado eso de que sea imposible, o pretende resolverlo inútilmente sin hacer caso a la premisa de que es imposible, lo que causa más frustración.
Hay que colaborar con lo que es claramente imposible de evitar; colaborar aceptándolo y no oponiéndose. No dramatizándolo. No gastando el tiempo –que es la vida- en la pataleta, en la queja, en el sentimiento de victimismo. No convertirlo en sufrimiento.
Parece ser que nos toca pasar por situaciones y experiencias agradables y otras que no lo son, pero, aunque no haya siempre una explicación al momento y razonable, están ahí y son para nosotros.
De algunas de esas cosas de imposible solución, inevitables, tal vez más adelante sepamos su razón. También es posible que nunca lleguemos a saberla. Es mejor que no le demos una importancia que tal vez no tenga. Es mejor aceptarlo sin negativa, sin rebeldía, sin resistencia.
Es así… y ya está. Y esto no ha de causar frustración ni una sensación de descontrol sobre la propia vida y las circunstancias. Que no se nos olvide que no todo depende de nosotros, y que hay cosas contra las que no se puede –y tal vez no se debe- luchar. Y eso no nos convierte en perdedores. Somos actores de nuestra vida y tenemos que interpretar todos los papeles que se nos proponen o se nos imponen.
“Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”, decía Rafael Guerra. Y tiene razón. Creer en esta afirmación, confiar de algún modo en que hay razón para que así sea -incluso favorecer que ya que va a suceder, que suceda-, es lo positivo.
Es mejor vivir la vida que sufrirla.
Es mejor aceptar lo inevitable.
Es mejor no luchar contra lo imposible.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí:
http://buscandome.es/index.php?page=59
Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo.
(Más artículos en http://buscandome.es/index.php?action=forum)