LA RESIGNACIÓN PELIGROSA
En mi opinión, hay una resignación que es beneficiosa, porque es comprensiva y conlleva serenidad, y hay otra que se hace a regañadientes -con una sensación de impotencia y derrota- y esta provoca malestar y rabia. En ambos casos el resultado es el mismo: la vivencia de lo que sea, pero en el primer caso es positivo y en el otro sólo es sufriente.
La resignación es la “entrega voluntaria que alguien hace de sí poniéndose en las manos y voluntad de otra persona o cosa” y también es “conformidad, tolerancia y paciencia ante las adversidades”.
Hay cosas o situaciones que son inevitables o irremediables, o que no dependen de nosotros, y por tanto no tenemos más remedio que admitirlas ya que la oposición es inútil y la rabieta infantil de no querer aceptarlas tampoco sirve de nada. Lo que es, es. Las cosas son como son y no como nos gustaría que fuesen. En estos casos es mucho más positiva la resignación, la tolerancia y el conformismo, porque eso se traduce en flexibilidad y en menor sufrimiento; en esa humildad de aceptar lo que es y lo que hay no existe la rabia, la rebeldía infructuosa, ni la resistencia obstinada que se volverá contra uno mismo.
En esa entrega voluntaria no hay sumisión ni humillación, no hay rendición indigna ni acatamiento incondicional, sólo hay una comprensión –a veces sólo intuitiva y sin palabras- de que tiene que ser de ese modo, de que es algo a lo que no hay que oponerse porque –otra vez la intuición- también hay que saber comprender que las cosas no siempre suceden al gusto de uno ni de los intereses propios.
Conviene entender esa resignación como una tolerancia a lo que no se sabe porqué pero a pesar de eso “tiene que suceder”, y conviene sentirla con paz, con un leve encogimiento de hombros, con una sonrisa confiada.
La peligrosa resignación es aquella en la que a uno le sucede algo que puede y debe remediar pero… le entra una pereza en la que, a pesar de que sabe que tiene que hacer algo, dice “esto es lo que hay” y no hace nada más.
La peligrosa resignación es rendirse siempre y en todo, porque eso no es correcto. Uno tiene que tener su dignidad y su Amor Propio entrenados para saber cuándo tienen que manifestarse y oponerse, cuándo tienen que decir NO, cuándo algo traspasa el límite de lo tolerable y entra en el terreno de lo que es inadmisible y se tiene rechazar.
En la resignación amable hay bondad personal, hay colaboración con el destino y con el propio Proceso de Desarrollo Personal –en el que a veces tenemos que vivir experiencias indeseadas e incomprensibles que se pueden convertir en grandes enseñanzas-; hay una notable humildad, una especie de “hágase tu voluntad y no la mía”, una confianza y un dejarse fluir con el discurrir de la vida.
En la resignación peligrosa hay una rebeldía y una rabia que no permiten vivir la experiencia con apertura para comprobar la realidad que se esconde detrás de la apariencia. Parece que todo en la vida tiene un sentido… pero en ocasiones está demasiado oculto.
La resignación peligrosa es la que te invita a no hacer nada –y lo admites-, mientras que la aceptación –que es otro modo de actuar ante lo que pasa- anima a buscar después el por qué y el para qué de lo sucedido; invita a cambiar posteriormente -tras lo sucedido y al darse cuenta-, a plantearse objetivos, a modificar aquello que deseemos.
La realidad del pasado y de este momento son inamovibles, pero la realidad del futuro aún la podemos construir.
Y es una tarea que le corresponde hacer a cada uno.
Distingue bien en qué casos hay que resignarse y cómo.
Jamás lo tomes como una derrota o una pérdida.
Estate abierto a ver cuál es la auténtica realidad de lo sucedido.
Detrás de una resignación puede haber una gran victoria.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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