ME GUSTA LLORAR DE EMOCIÓN
En mi opinión, las lágrimas son realmente sorprendentes: lo mismo reflejan nuestra alegría que nuestra tristeza, lo mismo nos acompañan a un entierro que al momento más feliz y emocionante de nuestra vida; siempre están –fieles- dispuestas a respaldar con su presencia la expresión de algunas emociones.
La relación entre las lágrimas y las emociones es muy íntima y curiosa. A mí me gustan porque me parecen el mayor contacto posible conmigo y con mi Humanidad. Sentirme llorar nunca me produce nunca vergüenza porque pienso que es una expresión absolutamente natural que no se debe reprimir nunca. En algunas ocasiones he intervenido –incluso entre personas desconocidas por mí- cuando he oído que a alguien le dicen/piden/ordenan “no llores”; “¿por qué no va a llorar?” pregunto muy serio a quien lo ha dicho, y animo a quien esté en el llanto para que siga hasta vaciarse.
El llanto no es eterno. En algún momento se extingue por sí mismo, así que es conveniente mantenerse en él hasta que llegue su momento natural de acabar. Es cierto que no conviene alargarlo artificialmente pensando que mientras más se llora más se siente. No sólo nos sirve para rebajar la tensión emocional y reducir el estrés, sino que también uno se desahoga, o sea elimina el ahogo que le ha provocado una situación. Es el paso inicial para la normalización del estado personal que ha sido alterado por alguna circunstancia.
Desde el punto de vista emocional, le hace sentirse a uno vivo y con las emociones en su sitio haciendo su tarea. En el llanto uno puede reconocer su fragilidad, lo infinitesimal que uno es aunque se crea otra cosa, y cómo una emoción es más potente que la propia fuerza mental y más fuerte que la frialdad sentimental que algunos pretenden imponerse.
También es un reclamo: es difícil quedarse insensible ante el llanto ajeno, porque provoca el despertar de la empatía de los otros, porque esas lágrimas están hablando de dolor humano, de pena, de tristeza moral, de inquietudes, y es difícil no quedarse afectado por el malestar de otro Ser Humano, incluso aunque sea un desconocido. Es como si el llanto nos hermanara aún más. Quien ve a otro llorar le comprende porque ya ha pasado en alguna ocasión por una situación similar y entiende el desamparo que el otro está sufriendo, la anulación ante ese dolor licuado en lágrimas que le vence y le anula.
Los llantos amargos…sólo se centran en la pérdida, en el dolor que es producido por la incomprensión o la falta de aceptación. Son indeseados… pero son necesarios y también hay que vivirlos cuando se presentan.
Los llantos felices… llorar en una película, con un libro, escuchando una canción, pensando y añorando… hay mucha belleza en esas lágrimas que se escapan despacio, una a una, sin respetarnos, atreviéndose a decir lo que callamos o lo que no sabemos decir. La sensibilidad encuentra en cada persona un camino por el que expresarse y puede acabar convertida en uno de esos llantos serenos, íntimos, que no apetece compartir.
A mí me hacen llorar muchos fragmentos de ópera. Me contactan con mi sentimentalismo o mi ternura, con esa parte mía tan Humana, tan tierna, que parece que la vida cotidiana y los problemas y las ocupaciones han anulado de algún modo.
Me encanta sentir el frío húmedo de una lágrima escapando de mi lagrimal sin saber que su destino, después de que me haga estremecerme y tomar consciencia del momento y de la emoción, será acabar aplastada por el dorso de mi mano o, más a menudo, estrellándose contra el suelo para morir con su misión cumplida.
Llorar es sano. Llorar es vida.
Ojalá llores mucho por las buenas emociones.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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