NO ES NECESARIO LLORAR Y LLORAR
En mi opinión, un sencillo cuentecito aclara la inutilidad de la repetición y prolongación del llanto, y cómo éste acaba convirtiéndose en una inutilidad contraproducente.
“Un sabio se paró ante un público, contó un chiste y todos rieron. Volvió a contar el mismo chiste y casi nadie se rió. Contó el mismo chiste una y otra vez hasta que ya nadie se reía. Y dijo: “Si no puedes reírte varias veces de una misma cosa… ¿Por qué lloras por lo mismo una y otra vez?”
La lectura de este cuentecito me hizo pensar en una mala costumbre que suelen mantener algunas personas de un modo innecesario y de una manera repetitiva.
Algunas personas no terminan de perdonarse nunca algo que arrastran desde hace mucho tiempo –incluso por un motivo que es muy probable que ya no recuerden con detalle, o que lo han ido engrandeciendo cuando en la realidad era más insignificante- y ese es el motivo de su mala relación consigo mismas: la falta de aceptación y perdón.
Otras personas no son capaces de escapar de un círculo de auto-reproches ya que consideran que no tienen derecho a su propio perdón ni a ser perdonadas. Y lo que es peor… ¡están convencidas de ello!
Estas personas lloran un llanto sin lágrimas, se cobijan en una nube negra y tormentosa, se encierran en su caparazón inquebrantable, reniegan de la parte hermosa de la vida, y se estancan en una melancolía perversa de la que no saben o no quieren salir porque se regodean en su propio sufrimiento.
Otras, por variar, se instalan en la tristeza y el llanto porque creen –tal vez equivocadamente- que eso es lo correcto.
Por ejemplo, si ha fallecido algún familiar o algún ser querido –que es algo indeseado pero absolutamente inevitable-, piensan que un luto sentimental es adecuado, un abatimiento perpetuo es indispensable, y que llorar y llorar es lo que se espera de ellas.
Desde un punto de vista esotérico, con el llanto y la tristeza no sólo no se beneficia al fallecido sino, más bien al contrario, se le impide la transición correcta a su nuevo estado. Se dice que, a pesar de no tener ya un cuerpo físico, siguen unidos aún a su vida en la Tierra, y siguen manteniendo parte de los apegos y sentimientos, y si ven llorando a un ser querido o lo ven muy decaído no dan el paso siguiente, que es el desprendimiento de todo lo terrenal, y se quedan en un terreno entre la vida y el espíritu, ya que no se desentienden del todo de uno ni se integran adecuadamente en el otro.
Desde este punto de vista, lo adecuado –pero no lo fácil- sería hablarle al que ya no está desde la comprensión, con serenidad y convencimiento, y darle permiso para que siga su proceso. Por ejemplo, algo así como: “No te preocupes por mí, que me haré a la idea de la nueva situación y me acostumbraré. Te quiero y te seguiré queriendo siempre. Me alegro por ti porque estás yendo hacia donde te corresponde. Sigue tu camino en paz”. Cada uno lo hará, por supuesto, hablando en su forma habitual de hablar y con sus propias palabras.
Llorar y llorar dificulta el proceso del que ya no está y a quien se queda lo único que le aporta es pesimismo, tristeza, desánimo, desconsuelo, angustia, desolación, pena, sufrimiento, aflicción, dolor… en fin, una retahíla de tormentos que no le aportan nada positivo y, en cambio, en mal cambio, le ennegrecen el presente y el porvenir.
Además que, para el que ya no está aquí, esté donde esté, le gustará más vernos con ánimo y serenidad, ya que si nos ve sufrir se contagiará de nuestro dolor y, además, no podrá consolarnos cosa que le provocará aún más dolor.
EL AMOR A QUIEN YA NO ESTÁ NO SE MIDE POR LO QUE SE LE LLORA, SINO POR EL AMOR QUE PROVOCA CUANDO SE LE RECUERDA.
Llorar alguna vez, está bien, pero llorar y llorar y no hacer otra cosa que insistir en ese llorar, con o sin lágrimas, es preferible evitarlo por su auto-agresividad, porque condena a un presente sin ilusión y sin vida, y porque impide la propuesta divina de vivir la vida con felicidad y de hacer de ella una experiencia lo más agradable y grandiosa posible.
Llorar y llorar –y esto conviene revisarlo en cada caso personal- puede llegar a ser una forma de no enfrentarse al presente y al futuro, a la realidad y al proyecto de vida pendiente porque, pensará mintiéndose consciente o inconscientemente, “mientras uno llora bastante tiene con su pena, como para ponerse a pensar en otra cosa; el dolor no permite atender a otros asuntos”.
La vida sigue, aunque la frase les suene a algunos a chino, aunque no sean capaces de captar la certeza de lo que dice.
La vida sigue, en cada instante, a pesar del desdén, de las tristezas, de la desatención a ella, de la rabieta, de los ojos cerrados y el corazón roto, de la incomprensión… la vida sigue y uno ha de seguir presente en ella.
Y es mejor estar en ella que obstinarse en llorar por los que se fueron, en llorar por lo que no se hizo o se hizo mal, por las oportunidades que se perdieron, por el pasado, por lo que la vida no dio, por lo que no se tiene…
El tiempo que se dedica a llorar y llorar es un tiempo que se debería dedicar a VIVIR y VIVIR. Y haciéndolo sin remordimientos, porque uno tiene la obligación de ponerse a salvo de todo aquello que le pueda perjudicar y tiene la responsabilidad de VIVIR su vida.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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