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 CAPÍTULO 75 – EL MERECIMIENTO

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AutorMensaje
Francisco de Sales




Cantidad de envíos : 1141
Fecha de inscripción : 28/06/2016

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MensajeTema: CAPÍTULO 75 – EL MERECIMIENTO   CAPÍTULO  75 – EL MERECIMIENTO Icon_minitimeLun 27 Jul 2020, 8:09 am

CAPÍTULO 75 – EL MERECIMIENTO

Este es el capítulo 75 de un total de 82 -que se irán publicando- en los que se explicarán los conocimientos necesarios acerca de TODO LO QUE HAY QUE CONOCER PARA HACER BIEN UN PROCESO DE DESARROLLO PERSONAL Y ESPIRITUAL.



“La mayor desgracia es creerse merecedor de las desgracias”.

“Me doy permiso para ser todo lo que puedo ser. Me merezco lo mejor”.
(Louise L. Hay)

“Cuando te permites lo que mereces, atraes lo que necesitas”.

“El merecimiento es la puerta por la que entra todo lo que deseas”.

“Cada vez que afirmas tu valía y merecimiento,
todo lo que necesitas llega a ti en el momento y lugar perfectos”.

“No tendrás aquello bueno que no creas merecer”.



“Cada uno tiene lo que se merece”, dice la frase hecha.

Cuando a una buena persona le sucede algo bueno, decimos que se lo merece.
Cuando a una mala persona le sucede algo malo, decimos que se lo merece.
Cuando a una persona buena le sucede algo malo decimos que no se lo merece.
Cuando a una persona mala le sucede algo bueno decimos que no se lo merece.

El asunto del merecimiento se repite a menudo en nuestra vida, y hasta parece que tenemos un criterio por el que sabemos lo que se merece y lo que no.
Pero… ¿nos merecemos las cosas malas y las cosas buenas que nos suceden?

Las malas, las aceptamos con bastante resignación.
Aún coletean los pensamientos que nos imbuyó con tan mal resultado la Iglesia con eso de que “a este mundo se viene a sufrir”, y que “este mundo es un valle de lágrimas”, porque fue el preámbulo de que aún seamos capaces de encontrar justificaciones de este estilo: “de todo lo malo se aprende” (y de lo bueno también si se quiere), “no hay mal que por bien no venga” (pero no son necesarios los males para que vengan cosas que estén bien), “esto que me pasa es porque habré hecho algo malo en alguna reencarnación anterior” (esto es más veces una excusa usada como auto-engaño de consolación que una creencia firme).


¿REALMENTE MERECEMOS QUE NOS PASEN COSAS MALAS?

¿Por qué?
¿Para qué?


¿TENEMOS PERMISO PROPIO PARA QUE NOS PASEN COSAS BUENAS?

La respuesta sincera a esta pregunta puede ser el inicio de un gran debate interno.


MERECIMIENTO Y AUTOESTIMA

La consciencia del merecimiento y la autoestima están íntimamente ligadas; cuando alguien tiene su autoestima alta o, por lo menos, en su justa medida, siente que se merece lo mejor que la vida tiene para ofrecerle, y ese sentir que se merece lo mejor y el poder disfrutarlo retroalimentan y aumentan su autoestima.

La baja autoestima hace creer que sí merecemos que nos pasen cosas malas. Influye, también, en nuestra dignidad: una persona con autoestima baja tiene un concepto pobre de su dignidad y no se cree digno de que le pasen cosas buenas.

Simplemente por haber nacido –sin más-, por justicia –porque no puede haber discriminación y unos tener más derechos que otros–, o por ser hijos de Dios -para los creyentes- , todos somos merecedores de cosas buenas.
Posiblemente quienes hacen cosas buenas por los otros, quienes tienen un buen comportamiento en la vida, quienes son respetuosos y honrados, tengan un cierto mejor derecho a recibir a cambio –porque es posible que lo bueno atraiga a lo bueno y lo malo a lo malo- pero nunca cuando se hace como una inversión: hago el bien para que me devuelvan el bien pero multiplicado.


MERECIMIENTO Y AUTO-CASTIGO

Hay que vigilar que tras ese sentimiento de no sentirse merecedor de lo bueno no se esté escondiendo camuflado un auto-castigo. Cuidado con pensar –aunque sea inconscientemente- que “como no soy bueno me tiene que pasar todo lo malo y nada bueno porque eso es lo que merezco”, porque eso lo que puede decir la propia mala autoestima o el Yo Idea negativo que nos han aportado los otros”.
Hay quien sigue dominado por un pensamiento de que todo acto malo merece un castigo. Y puede pensar con una mentalidad de pecador que merece un mal más grande que el que ha hecho.
Mucho cuidado con los fanatismos religiosos o psicológicos.
No son buenos.


ATENCIÓN

Hay una leyenda esotérica que dice que a uno le suceden las cosas que uno cree que se merece que le sucedan.
En este caso es rotundo.
Si acabamos creyendo que somos merecedores de cosas malas, y no de cosas buenas, estaremos atrayendo las malas y rechazando las buenas.

Recordemos cómo fue nuestra educación: se sustentó básicamente en que cada buena acción merecía una recompensa –halagos, sonrisas, besitos, palabras cariñosas, mimos, etc. – y cada mal acción merecía un castigo –malas caras, enfados, castigos psicológicos o físicos, escarmientos, gritos-.
Así fuimos creciendo: obedeciendo muchas veces a desgana, tragándonos nuestros principios y dignidad, aguantando las lágrimas, callando las veces que no estábamos de acuerdo… y todo ello para conseguir un premio y no un castigo.
Si tuviéramos la conciencia muy tranquila, y si fuésemos generosos, cumpliéramos con nuestros principios morales y los de nuestra personal religión; si tratásemos a todo el mundo con educación y cortesía y sonrisas y manifestáramos con el ejemplo el deseo de paz y bien para los demás, nuestro interior, en justo pago -porque es equitativo- iría borrando la necesidad de castigo y abriría la posibilidad de empezar a merecer de la vida sólo cosas buenas.

A medida que vamos avanzando en el proceso de Descubrimiento vamos notando cómo cada vez nos van sucediendo cosas mejores y, además, estando convencidos de que las merecemos.


DESDE UN PUNTO DE VISTA MÁS ESPIRITUAL

Los cristianos arrastramos muchos sentimientos de culpa, como el hecho de sentirnos -de un modo atávico e inconsciente-, responsables del destierro del Paraíso Terrenal, o por la muerte de Jesucristo que murió por nosotros según nos han insistido desde la Iglesia.
Esto lo llevamos tan incrustado que nos creemos merecedores de que nos suceda cualquier cosa mala, que no sería más que un pequeño pago por el mal que hemos hecho. Un castigo de los que tanto promulga el Dios del Antiguo Testamento.
Deberíamos desterrar de nosotros ese sentimiento de ser culpables, y de merecer castigos, porque no son verdad ninguna de las dos cosas.


SUGERENCIA

(Louise L. Hay recomienda la lectura de este texto tres veces al día. Si te parece que puede ser interesante, puedes probarlo).

“Soy digno y merecedor de todo lo bueno, no sólo de algo o de un poquito, sino de todo lo bueno.
Ahora estoy superando todos los pensamientos negativos que me limitan.
Me libero de las limitaciones impuestas por mis padres, los amo y puedo ir más allá que ellos.
No respondo a sus opiniones negativas ni a sus creencias restrictivas, no estoy atado por ninguno de los miedos ni de los prejuicios de la sociedad en la que vivo.
Ya no me identifico con ningún tipo de limitación.
En mi mente gozo de una libertad total.

Penetro ahora en un espacio de conciencia, donde estoy dispuesto a verme a mí mismo de una manera diferente.
Estoy dispuesto a crear ideas nuevas respecto a mí y de mi vida, mi nueva manera de pensar se expresa en experiencias nuevas.
Por eso ahora sé y afirmo que soy una y la misma cosa con el próspero poder del Universo.
Por eso ahora prospero de múltiples maneras, la totalidad de las posibilidades se abre ante mí.

Merezco la vida, una buena vida.
Merezco el amor, abundancia de amor.
Merezco tener buena salud.
Merezco vivir cómodamente y prosperar.
Merezco la libertad de ser todo aquello que soy capaz de ser.
Merezco más que eso, merezco todo lo bueno.

El Universo está más que dispuesto a manifestar mis nuevas creencias y yo acepto esta abundancia con júbilo, placer y gratitud, porque me lo merezco, lo acepto y sé que es verdad.

Me amo porque soy lo mejor y soy el más hermoso tesoro que jamás he conocido”.


RESUMIENDO

Sólo es necesario tener claro el derecho a merecer las cosas buenas para que así suceda. Es tan simple y puede ser tan difícil como esto.
Claro, previamente es necesario sentirse digno merecedor de los regalos del Padre, de la generosidad de Dios, de la amabilidad del destino, de las cosas buenas que la vida nos provee, y esto es lo complicado.
Desde una conciencia limpia y a favor de uno, conviene reconocer y reconocerse en voz alta como merecedor de las cosas buenas. Se puede exigir al Padre-Dios-Destino que sean magnánimos con uno, siempre que uno pueda presentar un historial decente y honrado.
Dios tiene la obligación de cuidarnos como sus hijos que somos, y así se lo puede reclamar nuestro corazón si se siente en Paz y con ese derecho.


Francisco de Sales


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