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 CAPÍTULO 69 – EL YO IDEA – EL YO IDEAL

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Francisco de Sales




Cantidad de envíos : 1141
Fecha de inscripción : 28/06/2016

CAPÍTULO  69 – EL YO IDEA – EL YO IDEAL Empty
MensajeTema: CAPÍTULO 69 – EL YO IDEA – EL YO IDEAL   CAPÍTULO  69 – EL YO IDEA – EL YO IDEAL Icon_minitimeMar 21 Jul 2020, 6:28 am

CAPÍTULO 69 – EL YO IDEA – EL YO IDEAL

Este es el capítulo 69 de un total de 82 -que se irán publicando- en los que se explicarán los conocimientos necesarios acerca de TODO LO QUE HAY QUE CONOCER PARA HACER BIEN UN PROCESO DE DESARROLLO PERSONAL Y ESPIRITUAL.


“Lo que yo necesito es alguien como yo”.

“Dentro de mí hay un yo que es más yo que yo mismo”.
(Se le atribuye a San Agustín)

“Yo no soy solamente “yo”. Soy mucho más: soy la vida”.

“Yo soy mi premio o mi castigo.
Depende de cómo me quiera tomar a mí mismo”.

“TÚ… YO… pero, fíjate, si nos acercamos… TU-YO: TUYO”.

“Muchas personas lo único que saben de sí mismos
es que se autodenominan “yo”.

“Dios sólo te pide una cosa, y es que te salgas de tu yo,
en cuanto eres un ser creado, y le dejes a Dios ser Dios en ti”.
(Eckhart)

“No solamente no somos la misma persona a lo largo de la vida,
sino que somos varias personas en cada uno de los instantes”.

“Toda idea que me den de mí mismo, y que yo acepte,
queda marcada como una consigna. Así se forma el YO IDEA”.

“Únicamente un Ser tiene derecho a utilizar el pronombre personal “yo”: ¡Dios!”.
(Eckhart)

“Somos una combinación de yoes muy dispares y en total desacuerdo”.

“ En cierto momento toma el mando uno de ellos, pero luego lo cede a otro sin que, en la mayoría de las ocasiones, medie una decisión personal. Las reacciones y lo inconsciente toman el gobierno y sólo nos dejan el papel de sufridor de sus caprichos. No hay un Yo firme y consciente que decida en cada momento cuál es la acción adecuada”.



Cuando nacemos, que es el único breve momento en que nuestra mente será pura y no tendrá ningún condicionamiento, aún no tenemos capacidad de discernimiento, ni la facultad de raciocinio está activada, ni el cerebro ha empezado a almacenar información para procesarla, ni conocemos otra cosa que no sean nuestras necesidades fisiológicas.
No podemos valernos por nosotros. Dependemos de los demás para todo.
Hay una persona -que aún no sabemos que es nuestra madre- a la que distinguimos por su tono de voz cariñoso y por el reconfortante latido de su corazón.
Cada vez que tenemos una necesidad o una inquietud viene corriendo, nos consuela, nos alimenta, nos limpia las cacas, nos cuida.
Sentimos, con buen criterio, que ha de ser una persona que nos quiere cuando se preocupa tanto por nosotros, y decidimos por tanto que siempre querrá lo mejor para nosotros y que podemos confiar en ella.
Hay más personas que se acercan durante nuestra lactancia: uno con voz más grave, que parece sentirse orgulloso de que hayamos nacido, que también nos coge en brazos, aunque no con tanta asiduidad, y nos hace sentirnos como juguetes y poco más; hay varias voces más, unas escandalosas, que más adelante sabremos que se llaman abuelas o tías; otras, parece que hablan por compromiso y dicen algo bonito por quedar bien: son las visitas y las que nos miran en la calle cuando salimos a pasear.
Pero la que es interesante de verdad es esa voz, la que nos pone sobre su pecho y nos transmite una sensación de seguridad que no encontramos en ninguna otra parte.
Se llama mamá.
Y el de la voz más grave, papá.
Nosotros somos el objeto de sus alegrías y sus preocupaciones de los próximos años. Como llevan mucho esperando nuestro nacimiento, han tenido tiempo suficiente para imaginar o soñar cómo quieren que seamos; incluso, en algunos casos, realmente lo han planificado. Otros, y eso a la larga será mejor o peor, ni siquiera han dedicado un poco de tiempo a tomar conciencia de la responsabilidad que han adquirido y nos criarán según vayan saliendo las cosas y según tengan el día.
Tienen más o menos claras las esperanzas que han puesto en nosotros, y lo que van a hacer para conseguirlo.
No saben que con ello van a colaborar en que no seamos nosotros mismos, sino que nos van a obligar a ser alguien distinto, alguien que no somos pero es lo que ellos quieren que seamos, y eso nos va a crear grandes problemas y preocupaciones más adelante, cuando seamos capaces de intuir que algo falla, cuando sintamos de un modo más o menos perceptible que hay una diferencia entre quien creemos que somos -aunque aún no sepamos quiénes somos- y quien está representando el personaje que satisface las necesidades de nuestros padres.
Ellos diseñaron un modelo que encajara dentro de lo que la sociedad aprueba, que cumpliera las expectativas que ellos no pudieron cumplir -(“que a mi hijo no le falte nada de lo que me faltó a mí, y que llegue donde yo no pude llegar”), que sea obediente, que les haga sentirse orgullosos, que no dé mucha guerra… alguien perfecto. Pero artificial.
Decía Antonio Blay, que la educación a un hijo debería basarse en la aportación de un legado cultural, en la enseñanza de unas normas de convivencia, y en la colaboración incondicional para que sea realmente él mismo. Y decía, con razón, que generalmente prestamos atención a las dos primeras, pero nada o casi nada a la tercera.
Nos van a “educar” para que cumplamos el modelo ideal que han diseñado, o que van montando sobre la marcha con más buena fe que conocimiento y experiencia.

Yo soy partidario de que cuando nace un bebé se le debería hacer una perfecta carta natal y entregársela a los padres, diciéndoles “esto que aparece reflejado en la carta es su bebé, y aquí quedan expresadas sus cualidades, sus debilidades, sus habilidades, sus tendencias: fortalezcan las buenas y ayúdenle más adelante a que comprenda las otras, o traten de enmendarlas de un modo prudente. Esto que acaba de nacer no es un papel en blanco sobre el que se puede escribir cualquier cosa o llenar de trazos temblorosos, no es solamente un lienzo vacío voraz de cualquier cosa, ni un pedazo de arcilla que se puede modelar al gusto, sino que tiene su propia naturaleza y su identidad, y se deben respetar para que llegue a ser quien realmente es”.
Pero sería igual: ya lo tienen más o menos idílicamente planificado. No son conscientes de que nos están condenando a una vida ajena, que no es la nuestra, y a un porvenir condicionado, a una infelicidad que se va a manifestar en nosotros de un modo confuso, indefinido, pero que no nos va a dejar descansar hasta el momento en que descubramos que todo se basa en que hay una descoordinación entre el Ser Esencial de nuestra naturaleza, que es el que estamos destinados a ser, y el personaje que otros han creado; uno no se da cuenta siempre de que está siendo un actor en todo momento, y que no abandona el papel porque no sabe que está siendo sólo un actor.
Debemos ser capaces de distinguir de quién estamos hablando cuando decimos “yo”, ya que cientos de yoes nos habitan y casi nunca se ponen de acuerdo.
Cada uno de ellos desea tomar el mando y dice estar capacitado; cada uno de ellos se cree en posesión de la verdad y toma el control hasta que otro consigue derrocarle.
Para entonces, es posible que haya provocado en nosotros averías casi irreparables, o, cuanto menos de elevada factura. Falta un Yo que sea más yo que los otros: inalterable, ecuánime, lúcido, consecuente, con ideas y objetivos claros, con dotes de líder fiable, y preferiblemente nada traumatizado. Un Yo que sea un infalible Juez y un justo Rey.

Aclaro que cuando escribo Yo, con mayúsculas, me estoy refiriendo al Yo que realmente somos. Más adelante veremos quién es.
Usaré “yo” para referirme a quien creemos ser, el de carne y hueso, y escribiré “yo” seguido de un adjetivo o “yoes” cuando me refiera a cada una de las pequeñas partes o los yoes que habitan en nosotros, tan diversos que cada uno es distinto y mantiene una especie de personalidad propia definida.
Llamaré “yo” a las personalidades dispersas y desiguales que pretendemos reunir, para comodidad y entendimiento, en una única que creo ser.


DESIDENTIFICACIÓN CON EL YO.

En estos momentos en los que parece que la tendencia está siendo sentirse exclusivamente “yo”, cada vez con más intensidad, y defender a ultranza a ese “yo” frente a quien sea, la propuesta para vivir más relajado, más centrado, y sin dejar de ser uno mismo, es desapegarse de esa irrealidad a la que denominamos “yo”.
Yo no existe.
Ni es importante que exista o no.
Lo importante, para mal, es cómo permitimos que cualquier ataque a ese yo se convierta en algo que nos altera, cómo le damos excesiva importancia a este envase -que algún día desaparecerá-, pensando que somos solamente el envase, limitándonos a lo carnal -aunque seamos también lo carnal-, pero olvidando nuestros otros componentes: alma y/o espíritu, divinidad, sabiduría, sentimientos, etc. Todos ellos intangibles.
Nos centramos mucho en dar placeres al carnal, y eso no está mal, pero desatendemos las otras realidades que nos integran.
Decimos yo y sólo tomamos conciencia del cuerpo, sólo pensamos en lo que se ve, y no atendemos a nuestra parte invisible.
Y ese yo, a su vez, lo asociamos con un nombre y dos apellidos, o con el apodo familiar, o con la idea que tienen de nosotros, o con la imagen que vemos en el espejo y la imagen que los demás nos transmiten.
Y no somos nada de todo lo que he escrito.


YO IDEA: LA IDEA QUE TENGO DE MI

Antes de averiguar quiénes somos realmente, vivimos con un concepto o creencia sobre nosotros mismos creado en función de lo que nos han dicho los demás acerca de nosotros.
O sea que, como no sabemos quiénes somos, escuchamos a los demás y vamos formando un personaje con las pistas que nos dan. Por eso mismo de que no sabemos quiénes somos, nos creemos lo que nos digan y, lo que es peor, comenzamos a actuar en función de ese personaje que estamos representando.
Generalmente llamamos personajes a los seres humanos sobrenaturales, simbólicos o de ficción, y todos aquellos que intervienen en una obra literaria, teatral o cinematográfica. Lo que tienen en común es que no son reales. Ninguno de ellos. Incluso aunque estén basados en personas históricas o existentes, en el momento de la representación no son más que personajes. No son ellos: son otros que hacen de ellos.
Así nos pasa casi siempre: actuamos.

Si nos hablan muy bien de nosotros, y no somos tan buenos como dicen, estaremos ofreciendo una imagen falsa o equivocada.
Si nos has dado una imagen acertada, estaremos aproximándonos a quien realmente somos, pero seguiremos sin ser nosotros; seguiremos siendo un personaje que nos sugieren, pero que en cualquier momento se pude desenmascarar porque no estamos convencidos de ser así.
Si nos dan una imagen negativa de nosotros, nos la creeremos sin dudar. Viviremos en ese personaje tan perjudicial, nuestra autoestima correrá grave peligro, y nos sentiremos incapacitados para remontarnos y para desbancarle.
En todos los casos seremos un falso yo, porque estaremos confirmando la imagen que los demás nos dan de nosotros, pero los demás no nos conocen en todas las facetas; tienen una idea más o menos acertada o equivocada, pero intentan convencernos de que es real.
Por ejemplo, si uno entra en un bar y le atiende una camarera simpática, atractiva y servicial, la idea de la camarera sólo se compone de esos aspectos agradables que muestra. No se ve, sin embargo, que tras ese personaje que está representando mientras dura su trabajo, hay una persona que puede tener tendencias depresivas, el hígado fatal, acaba de separarse de su marido, no tiene claro si le va a llegar el sueldo a fin de mes, sufre por su hijo que está con fiebre, o se pasa las noches llorando.
Ella sabe o no sabe cuál es su realidad, pero el cliente, con los pocos elementos de juicio, y basándose sólo en el personaje que ella representa tras la barra, no la puede conocer de verdad. Su idea tiene todas las posibilidades de estar equivocada.
Cuidado, por tanto, de no creerse la imagen que los demás tienen y dan de uno, porque uno puede confundirse con la imagen.
Este Yo Idea está viviendo de las opiniones ajenas, y de las comparaciones con respecto a una escala de valores ajena.

Me dirán que soy torpe o hábil, que valgo mucho o poco, que soy más o menos que…
Nunca me dirán que, intrínsecamente, soy energía, que soy inteligencia, que soy amor-felicidad; que soy yo mismo, el único e irrepetible, y nada más.
Si hago caso a los otros, no sé quién soy: sé quién creen los demás que soy.
Y actuaré en función de esa creencia, incluso cambiando de personaje dependiendo de con quién esté y lo que el otro crea y espere de mí.
No siempre hay que actuar para agradar a los demás, y si sería muy conveniente, y es un acto de Amor Propio, pensar en agradarse a uno mismo y, sobre todo, nunca perjudicarse.

La idea que yo tengo de mí es lo que veo en el espejo, pero he de recordar que yo soy el que está a este lado, el que se refleja, pero no la imagen que veo, y hay demasiadas personas que tratan de ser su reflejo en vez de su verdadero yo.


VISTO DE OTRO MODO

Si no vivo mi auténtica naturaleza, queda dentro de mí una extraña sensación de fraude y de insatisfacción conmigo, con la parte de mí que se da cuenta de que no estoy siendo real.
Mi naturaleza generalmente es distinta de la que me dice mi Yo Idea.
Mis educadores me dijeron que era torpe porque una vez no sujeté bien un plato y se me cayó al suelo. Como creía en ellos, les creí que yo era torpe y empecé a considerarme como tal. No supe entender que para ellos era torpe en comparación con alguien, en este caso ellos, que sí saben sujetar las cosas con precisión. Si me hubieran comparado con otro niño de mi edad se hubiera comprobado que era exactamente igual de torpe que ellos, o sea, nada torpe y sí inexperto.

Para el niño revisten gran importancia estas opiniones de los demás acerca de sí mismo, puesto que él carece de puntos de referencia propios y, por lo tanto, depende totalmente de la valoración y estimación que aprecia en cuantos le rodean para formarse una opinión sobre su propio valor y merecimiento.
En el ejemplo, me creí que era torpe y me consideré como tal, y es ahora cuando veo que es un Yo Idea, y no soy torpe.


YO IDEAL: EL QUE ME GUSTARÍA SER.

Como en nuestra infancia nos han tratado de convencer, o nos han convencido, de que no se nos va a apreciar por nosotros mismos, sino en función de que cumplamos o no las expectativas que se han formado de nosotros, y de que cumplamos las normas que nos han impuesto, nos queda un pobre concepto de nosotros mismos, como identidad y esencia: “no valgo y no soy apreciado si me muestro como realmente soy, pensamos, así que tendré que crear un personaje que cubra los requisitos solicitados para ser aceptado y querido”.
Parece ser que cuando somos niños nunca estamos a la altura de lo que esperan de nosotros. Quieren que seamos unos adultos pero en pequeño y no lo somos. Tenemos limitadas las habilidades y la inteligencia; somos por naturaleza un Niño Libre que sólo quiere ser niño, jugar, y crecer en paz sin tener que asumir unas responsabilidades que a esa fecha no nos corresponden.
Pero en la práctica totalidad de las ocasiones los educadores parentales se toman demasiado en serio su nueva profesión y se vuelven excesivamente rigurosos y exigentes.
Nos hacen creer que somos un cúmulo nefasto de errores y con eso creamos el Yo Idea, pero tenemos que sobrevivir a cualquier precio y aprendemos rápido.
El siguiente paso es fingir que somos como ellos quieren que seamos, y para eso creamos el personaje del hijo ideal, del sumiso obediente, del perfecto niño con cargas de adulto… del que no somos nosotros pero se parece al que quieren ellos.
Ya nunca más seremos nosotros mismos, porque acabaremos creyendo que somos el personaje y actuaremos como tales, y llegaremos a olvidar el que realmente somos, porque tiene pocas posibilidades de sobrevivir, y porque no le aceptan cuando se manifiesta. Acabaremos creyendo que el que sí soy está equivocado. “Mis educadores saben mucho más que yo, y si ellos lo dicen…”

En el momento en que empezamos a diseñar el personaje lo hacemos a lo grande. Proyectamos uno que no nos deje en ridículo (no me proyecto a mí, sino un personaje de ficción), que sea admirable, que sea aceptado y querido por todo el mundo, el más de lo más, un Superman.
El proceso de creación está presidido por la rabia que nos ha producido ese no ser aceptados, ese tener que soportar en la infancia que somos torpes, según nos dijeron, o que no somos dignos de recibir amor.
Sólo porque no somos como ellos quieren que seamos nos hacen todo tipo de chantajes emocionales, como decirnos “si vuelves a hacer eso la abuela no te va a querer…”, “si no obedeces, mamá no te quiere…”.
Como somos niños y no somos muy conscientes de los límites y de las posibilidades reales, creamos un Yo Ideal, perfecto, que sea fácil de amar para los demás, un cúmulo de cualidades y con grandes proyectos, y como ese ideal difícilmente será conseguido, en realidad lo que hemos creado es un personaje condenado a la frustración porque jamás alcanzará su imaginativo e irreal proyecto.
Esta frustración nos acompañará toda la parte de la vida que vivamos sin ser conscientes de que no somos ese personaje, y que en realidad somos aquel que dejamos de ser, el que nunca llegamos a ser, un humano más o menos completo, más o menos apto, pero que era él mismo en toda su pureza.
Ser conscientes de que jamás seremos el Yo que diseñamos como Ideal, y que no debemos serlo porque ese no somos nosotros, nos lleva inexorablemente a una toma de contacto con la actual realidad, con el crudo encuentro con quien realmente estamos siendo en este momento, con el desenmascaramiento del personaje, a quien antes de despedirle habrá que darle las gracias por los servicios prestados por sacarnos del apuro cuando creímos necesitarle.
Pero ya no le necesitamos.
Ahora nos estorba porque nos engaña. Distorsiona la realidad. Es ficción, es fantasía, es falso.
Ahora es cuando debemos averiguar lo que seguimos haciendo por ese Yo Ideal, para no seguir alimentándole (en el caso de que sea sólo inconsciente, porque si sus propuestas coinciden con lo que en el aquí y ahora queremos, entonces no hace falta desterrarle).
Nuestro trabajo es averiguar quiénes somos realmente, descartando el Yo Idea y el Yo Ideal, porque ahora sí podemos ser el Yo sin más, o sea, Uno Mismo.

El Yo Ideal hay que trasladarlo al presente y vivirlo en el presente, porque cuando se creó era un proyecto para el futuro, y sigue habitando en el futuro.
Es un sueño del que conviene apearse.
Más vale ser realista, reconocer las trabas y las posibilidades, aceptar lo bueno y lo otro, hacerse cargo de lo que uno está siendo y descubrir el potencial al que aún no se ha accedido.
El Yo Ideal es un sueño y la vida es la realidad.


Francisco de Sales


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