Vivir sin historia
por Alan Watts
Cada visión que tenemos del mundo no es más que una manera de ver las cosas. Y existen infinitas maneras de ver. OM.
Cuando pensamos que entendemos algo, la mayoría de nosotros queremos decir que hemos logrado traducirlo a palabras. No obstante, entendemos un enorme número de cosas que no sabemos expresar con palabras. Entendemos cómo respiramos, por ejemplo, pero no somos capaces de decirlo con palabras. De alguna manera hemos llegado a un estado mental en el que, a menos que expresemos las cosas en palabras (especialmente el tipo de cosas de las que he estado hablando), pensamos que no las comprendemos.
Existen modos de vida enteros que no pueden entrar dentro de los esquemas que consideramos sensatos o académicamente respetables. Esto incluye el modo de vida de las plantas. Decimos que una persona cuya mente y cuerpo apenas funcionan se ha convertido en un mero vegetal. Esto es un insulto para los vegetales. Ningún vegetal es un mero vegetal.
Mientras más sabemos de botánica y más empleamos la imaginación para intentar ponernos en la situación de una rosa, más nos damos cuenta de que esa es una forma de vida muy importante. Emerson escribió lo siguiente en un famoso pasaje: A las rosas que hay bajo mi ventana no les preocupa si son mejores que las rosas anteriores ni si las rosas que vendrán después serán mejor que ellas. La rosa simplemente existe; existe con Dios hoy día. Pero los seres humanos, ignorantes de las riquezas que les rodean, siempre están listos para prever un futuro, y no saben vivir completamente aquí y ahora.
Ese es el punto principal que no alcanzamos a ver en ciertas culturas y otras especies. Gran parte de la contribución de las culturas africanas a la nuestra, especialmente en el mundo de la música, están relacionadas con estar vivo aquí y ahora, en lugar de hacer planes para otro momento.
Decimos que otras culturas son primitivas porque no siguen el plan de funcionamiento cultural que tenemos nosotros para el futuro. A menudo, se trataba de pueblos que eran felices de vivir en su lugar de origen, pero nosotros hemos llegado haciendo alboroto e interfiriendo con su manera de vivir y les decimos que, como no se interesan en el "progreso", no son verdaderamente cultos. Hemos buscado la confirmación de esto en el hecho de que estos pueblos vivían en un mundo sin historia.
No obstante se dice: Felices los pueblos que no tienen historia. Después de todo, ¿en qué consiste la historia? Es una serie de juegos de poder, de conquistas, de batallas, de disturbios, de gente que sólo piensa en sí misma.
Por cierto, la cultura existe muy independientemente de la historia. En una cultura sin historia, la mayor atención se pone en ir completamente unido a las cosas que se repiten de ordinario y que tienen lugar día tras día: actos como cocinar, cultivar la tierra, cazar y hacer el amor. Estas cosas reciben la mayor atención y, a consecuencia de ello, se transforman en bellas artes. Esta manera de vivir sin historia es algo que debemos aprender a apreciar en Occidente.
¿Os dais cuenta cómo queda afectada nuestra consciencia por el hecho de estar constantemente expuesta a lo que llamamos noticias? Leemos los diarios, oímos las noticias en la radio y recibimos la impresión de que el mundo es una especie de carrera. Hay ese algo que sucede y al que llamamos historia; los periódicos nos hablan de ella. Oímos horrores, injusticias, desastres, juegos políticos (todas esas terroríficas noticias) y nuestras glándulas reaccionan ante ellas segregando adrenalina, preparándonos para combatir la perversidad y la injusticia, y no podemos hacer absolutamente nada al respecto.
Sólo las personas más influyentes, tras leer en el diario que ha sucedido algo horrible, pueden coger el teléfono para llamar a un amigo y decirle: ¿Qué diablos estás haciendo? y corregir un poco la situación. Una persona ordinaria que desee llamar a un senador, al presidente, al presidente del Tribunal Supremo, ni siquiera podrá ponerse en contacto con ellos; sólo tendrá esta furia adrenalínica en su interior sin ninguna posibilidad de disiparla.
Nos hallamos en medio de un sistema de comunicación que no funciona. Es decir, toda la radio, la televisión, los diarios, etc. (toda la información que recibe todo el mundo) en realidad es inútil porque no hay nada que podamos hacer al respecto.
Además, existe una enorme diferencia entre el mundo tal y como es, y el mundo tal como lo describimos. Suponemos que el mundo de la televisión, los periódicos, las películas, los libros, las revistas, Time, Newsweek, representa lo que sucede en realidad, ya que nos hemos aclimatado a la cultura literaria de un estado industrial occidental. Pero no es así.
Al igual que la opinión que uno tiene de sí mismo no es lo que uno es en realidad, las noticias no son lo que está sucediendo. Se trata de una visión particularmente deformada de lo que sucede, la expresión del limitado intelecto de los políticos y los reporteros. Lo que en realidad sucede en el mundo es muy, muy diferente. Cada visión que tenemos del mundo y cada selección de lo que es importante que hacemos, es simplemente una manera de ver las cosas y existen infinitas maneras de ver.
Los grandes artistas lo han demostrado al enseñarnos a ver. Anteriormente hablamos de la progresión de pintura figurativa a pintura no figurativa, pasando por el paisajismo. Quedaríamos atónitos si pudiéramos ponernos en la actitud mental de un erudito europeo del siglo XIV que atravesara los Alpes. Podemos imaginamos que esa persona se daría cuenta de que las montañas eran absolutamente magníficas, pero el erudito las veía solamente como una amenaza y un obstáculo que debía vencer. No veía nada bello en todo eso, hasta que los artistas se lo mostraron.
Al considerar estas cosas nos damos cuenta de la medida en que nuestro conocimiento del mundo es un conocimiento convencional. Ponemos atención en una selección de cosas particulares que, a través de un lavado de cerebro, hemos aprendido a notar y menospreciamos el resto. Es como si el mundo fuera una mancha de Rorschach y hubiese una sola interpretación oficial de esa mancha. Todo el mundo está de acuerdo en que así es.
Luego vendrá un gran genio que nos dirá que podemos ver el mundo de manera totalmente diferente y, al principio, todos creerán que está loco. Pero si el genio insiste durante el tiempo suficiente, llegamos a aceptar la nueva visión.
Actualmente podemos ver los cuadros de Cézanne y darnos cuenta de que la cosa es así. Podemos ver los cuadros de Van Gogh y darnos cuenta de que él realmente comprendió lo que se siente. Ellos nos enseñaron a ver.
Cuando yo era pequeño pensaba que el arte chino era fantástico. Las cosas no se parecían a los cuadros; las flores y las montañas estaban estilizadas, eran muy extrañas. No obstante, cuando me acostumbré al arte chino, me di cuenta de que los chinos observaban las cosas con increíble exactitud.
En el Museo Victoria & Albert de Londres, en una ocasión vi una xilografía de un tigre. Era el tigre más complicado y fantástico que había visto en mi vida y estaba seguro de que nunca sería posible descifrarlo, pero me interesaba mucho porque era sumamente extraño. Así que saqué mi cuaderno de dibujo y copié la estampa. Seguí todas las extremidades del tigre con gran cuidado y descubrí que su arreglo era completamente lógico. No era nada extraño en absoluto, simplemente se trataba de una pintura muy inteligente de un tigre, magistralmente lograda.
Cuando finalmente pude visitar el Lejano Oriente, me pareció deliciosamente divertido ver hasta qué punto el Japón se parecía al Japón. Ahí estaban todas esas pinturas, ante mis propios ojos, en mi vida diaria. Las pinturas ya no me parecían extrañas.
La moraleja de esto es que cada uno de nosotros tiene cierta visión del mundo que nos horroriza tanto como nos deleita. Desde la cuna a la tumba tenemos un programa que, según creemos, la sociedad aprueba, y nos sentimos muy inquietos si no lo seguimos exactamente. La interpretación social del Rorschach cósmico se expresa en palabras y convenciones, y pensamos que eso es la vida. Bueno, pues no lo es en absoluto.
Al intentar escapar de la convención y de las barreras que las palabras crean entre nosotros y la realidad, podemos renunciar a nuestra identidad y decir: Ahora el juego se terminó. Vamos a ver lo que hay detrás de todo esto. ¿Qué está sucediendo en realidad?
Tened cuidado para que el próximo swami que pase ante vosotros no os venda una nueva versión institucionalizada del mundo real. Por ejemplo, la noción de que cuando uno "despierta", todas las diferenciaciones se desvanecen, es una concepción convencional del universo.
Ahora bien, es obvio que hay una manera de ver el mundo por nosotros mismos; posiblemente esta visión estará de acuerdo con lo que otra gente ve y podremos comunicar esa manera de ver a los demás. Tal vez no sea más que un brillo fugaz en los ojos lo que nos indique que alguien más lo ve exactamente como nosotros.
Todas nuestras prácticas de meditación son simplemente para abrir nuestra consciencia a lo que sucede, por oposición a lo que se dice que sucede. Para hacerlo, debemos suspender nuestras palabras, dejar de hacer descripciones y estar alerta a lo que realmente sucede. Es así de simple.
Si en realidad llegamos al punto en que no hablamos de ello todo resulta perfectamente claro. Todas las dificultades se desvanecen cuando uno se halla en la dimensión no verbal de la consciencia. La teología, la filosofía y la metafísica, tal y como hablamos de ellas, dejan de ser un problema urgente. Vemos las respuestas a todas las preguntas que se hacen los teólogos y los metafísicos y vemos también por qué sus preguntas son absurdas.
Vemos cómo es posible que este momento sea lo que siempre buscamos... el Acontecimiento Divino hacia el que se mueve toda creación.
Todo se hace absolutamente claro si, al menos temporalmente, suspendemos las descripciones y los comentarios, y experimentamos directamente la vida.