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 CAPÍTULO 17 – EL DESTINO

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AutorMensaje
Francisco de Sales




Cantidad de envíos : 1141
Fecha de inscripción : 28/06/2016

CAPÍTULO  17 – EL DESTINO  Empty
MensajeTema: CAPÍTULO 17 – EL DESTINO    CAPÍTULO  17 – EL DESTINO  Icon_minitimeSáb 30 Mayo 2020, 7:50 am

CAPÍTULO 17 – EL DESTINO

Este es el capítulo 17 de un total de 82 -que se irán publicando- en los cuales se explicarán los conocimientos necesarios acerca de TODO LO QUE HAY QUE CONOCER PARA HACER BIEN UN PROCESO DE DESARROLLO PERSONAL.


“He aquí una prueba para verificar si tu misión en la tierra ha concluido:
si estás vivo, no ha concluido.”
(Richard Bach)

“El destino se va haciendo a cada momento”.

“Creemos que estamos dirigiendo nuestra vida cuando lo que hacemos coincide con lo que tenía previsto el destino”.

“El libre albedrío es la capacidad de hacer con alegría
aquello que debo hacer”
(Jung)

“A veces no comprendemos el destino y luchamos contra él. Sólo cuando finalmente renunciamos y nos relajamos, creamos la posibilidad de que llegue algo que nos ayude a superar nuestras dificultades y a dar el paso siguiente para entrar en una nueva fase de la vida”
(Anónimo)

“Si es que se puede “ver” el destino mediante el tarot,
la videncia, la quirología, la astrología…
es porque tiene que estar ya “escrito” en algún sitio”.


“La manera en que una persona toma las riendas de su destino es más determinante que el mismo destino.”
(Karl Wilhelm Von Humboldt)


Como has podido leer, hay todo tipo de teorías y opiniones con respecto al destino. Unas te pueden parecer sin sentido y otras te parecerán verdaderas, pero todas son solamente suposiciones porque hasta ahora no hay una prueba evidente e indiscutible de su existencia.

Por otra parte, considero que hay un error bastante común cuando hablamos del destino, porque siempre nos referimos a las expectativas o hipótesis acerca de lo que creemos que nos puede ir pasando a lo largo de la vida, pero... destino es “la meta o punto de llegada”, y visto objetivamente –como tiene que ser- sólo hay un destino que además es común para todas las personas y comprenderlo no requiere de cábalas ni elucubraciones: ese destino es la muerte.

En cambio, llamamos destino a lo que no es nada más que lo que va sucediendo en el trayecto hasta llegar a ese único destino. Propongo cambiar la palabra por “previsión de cosas que pueden sucedernos a lo largo de nuestra vida”. Es más largo pero más apropiado.

Porque en ese darle a la palabra un sentido que no es el adecuado, cuando uno se pregunta por su destino está pensando en “lo que tiene que hacer espiritualmente en esta vida para evolucionar o para cumplir su karma”, y si se lo pregunta desde un punto de vista más mundano está pensando en “si se casará o no, cuántos hijos va a tener, cuál será su futuro profesional, si tendrá dinero y si va a ser feliz”.

Cuando alguien pregunta porque quiere saber si está diseñada una trayectoria en su vida de la que no podrá salir y dice“¿nacemos ya con un destino marcado?”, la pregunta está mal hecha pero la respuesta es clara: Morir. Tan desagradable y poco deseable como esto.

Pero una vez sabido eso, y su previa aceptación por muy desapacible que parezca, lo siguiente es hacer todo lo posible para que el trayecto sea lo más agradable y satisfactorio posible. Llenarlo de cosas buenas, disfrutarlo, ser conscientes, etc., Toda esta teoría tan repetida que, conociéndola, no llevamos a la práctica.



TODO LO ANTERIOR es lo que yo considero que es realmente el destino. LO QUE SIGUE A CONTINUACIÓN puede servir para las personas que siguen pensando en el destino tal como se ha hecho en el modo tradicional.



Destino, según la RAE, tiene unas acepciones muy curiosas: “fuerza desconocida que se cree obra sobre los hombres y los sucesos” (Atención: claramente dice SE CREE, porque nadie lo puede confirmar) y también es “encadenamiento de los sucesos considerado como necesario y fatal” (y aparece la palabra FATAL), y por la definición parece que ya nos prepara para la tragedia que se avecina y nos predispone a sufrir pensando que es imposible escapar a esa pesada “maldición”.

El destino no es una cuestión de azar ni una condena.
En lo que muchos llaman destino aparecen, entre otras muchas cosas, las necesidades insatisfechas -que aspiran a ser satisfechas-, los conflictos más extraños y el desconocimiento de muchos porqués y paraqués, y las aspiraciones más profundas que nos gustaría poder experimentar.
Con todo esto, y para nuestro propio bien, se elabora una hoja de ruta que incluye avisos (que conviene escuchar aunque no sean agradables), señales (que no se han de evitar, a pesar de su dureza), circunstancias (que más que maldecir se han de amar), y situaciones personales (que no harán sino enriquecernos si las resolvemos).
En una visión esotérica, o poética, es como si nuestra alma supiera en qué nos necesita para seguir creciendo y nos usara para conseguirlo.
Lógicamente, los beneficiados del afrontamiento y superación de esas “pruebas” del destino, somos nosotros mismos.
He comprobado que lo que llamamos destino es en realidad sólo una propuesta de destino, y que casi nunca es inevitable.
Has oído que siempre queda el libre albedrío, pero… ¿realmente existe el libre albedrío?, ¿o es que cuando uno hace algo que aparentemente NO estaba incluido en el destino es, precisamente, ese SÍ hacerlo lo que SÍ estaba previsto en el destino? Si mi destino parece que me propone una cena con unos familiares y en cambio, en un acto de idiota rebeldía y de desacato a ese destino, para demostrarle que yo mando en mi vida y no él, me levanto y me marcho… ¿no será ese marcharme en mitad de la cena lo que estaba escrito?
No hay respuesta con garantía de certeza para esta pregunta.
Lo que sí he comprobado es que hay ciertas experiencias que parece que, casi inevitablemente, hay que vivir. También sé que el destino nos las plantea amablemente al principio –nos las recuerda casi con una sonrisa-, pero si no las resolvemos nos las vuelve a presentar otra vez más adelante, esta vez de un modo más contundente para que, ahora sí, las afrontemos. Si tampoco de este modo hacemos caso, se tornará en violencia si hace falta, nos pondrá en el camino un hecho muy duro que nos haga reflexionar, una lección muy dolorosa, o una tragedia que nos impida seguir en la inacción. Es impresionante, y cuesta aceptar que es por nuestro bien, pero es así. Me cuesta trabajo creer en esto que escribo, pero le he visto tantas veces que no puedo obviarlo ni negarlo.

También es muy posible que Jung tuviera razón cuando decía, más o menos, “los asuntos no resueltos se nos presentan una y otra vez y les llamamos destino” o “hasta que el inconsciente no se haga consciente, el subconsciente dirigirá tu vida y tú le llamarás destino”.
Parece que es muy cierto que el tipo de educación y las circunstancias de nuestra infancia nos “predisponen” para un tipo de vida que puede parecer un destino. Es bien sabido que el inconsciente gobierna una grandísima parte de nuestra vida. Aquí encaja mejor mi teoría de que no hay un destino determinista del que resulta imposible escapar, pero sí hay una propuesta de destino que se va construyendo debido a nuestra forma de ser, pensar, sentir, actuar…
Parece que no hay forma de confirmar lo antedicho, pero tiene toda la lógica.
Todos esos condicionamientos y ayudas o predisposiciones adquiridos previamente, abocan a un resultado, a un modo, a una manera, a algo que puede hacer creer o sospechar que lo que sucede está predestinado.
A veces, no queremos aceptar que lo que nos va pasando en la vida es el resultado tanto de lo que he hemos hecho como de lo que no nos hemos atrevido a hacer, y para quedarnos más tranquilos y eximirnos de la culpa, lo llamamos destino. Pero no es así. El destino es el resultado de los pensamientos, las desatenciones, los miedos, las alegrías y todo cuanto haya a nuestro alrededor afectándonos.


LO MISMO PERO VISTO DE OTRO MODO

Llamamos destino a muchas cosas a la vez. He observado que casi siempre equivocadamente, porque, en general, llamamos destino a aquellas cosas que suceden sin que, al parecer nosotros tengamos algo que ver. Y no es cierto: estamos llamando destino a las cosas que nos suceden porque nosotros no hemos querido o no hemos podido resolver, prever o modificar; llamamos destino a lo que pasa debido al abandono de la dirección consciente de nuestra propia vida; llamamos destino a nuestro cónyuge, nuestros padres, nuestro jefe, a cualquier otra persona; llamamos destino a todo lo que nos pasa.
Cuando yo no tomo una decisión, y como la vida sigue en su curso imparable, esa decisión no tomada por mí es tomada por otra persona, o por el tiempo que pasa, y entonces recurrimos a la consoladora frase “será que tenía que ser así, que era mi destino”. Y nos quedamos auto-engañados y casi tranquilos.
Hay mucho de irresponsabilidad y dejadez en esa creencia universal acerca de que existe un destino inevitable, y hay muchísimo de culpa en el hecho de que, al no reconocer cuál es nuestra obligación con nuestra propia vida, dejamos que nos sucedan las cosas sin intervenir.

También es posible que haya una “propuesta de destino espiritual” en un sendero trazado por uno mismo de acuerdo a su camino evolutivo y a las experiencias que quiera conocer en esta vida. También puede ser que uno diseñe –antes de la encarnación en esta vida- las situaciones por las que quiere pasar, aunque luego no lo recuerde mientras las pasa.

Pero también puede ser que no tenga nada de esotérico y espiritual y simplemente sea la aplicación de la Ley de Causa y Efecto. Las cosas que uno hace o no hace tienen efectos en esta misma vida y tal vez no necesiten para nada la trascendencia que le queremos dar.

Sé que hay destinos más libres, en los que hay más facilidad para no resolver las cosas, en los que las preocupaciones son distintas; se les da preponderancia a las cosas materiales y terrenales, y no se cuestiona qué hay “más allá”, o cuál es el sentido de la vida. Se va a la practicidad, a disfrutar las cosas que entran por los cinco sentidos y dan un placer inmediato y tangible; con “eso que me llevo por delante”, resumen su pensamiento de la vida.

Otra versión de lo mismo se basa en la idea de que es el Yo Superior quien puede dirigir lo que llamamos destino, y nos va haciendo ver las mismas cosas o las mismas situaciones en diferentes momentos, cada vez con una intensidad o con una insistencia distinta, hasta que nosotros estamos abiertos y receptivos a notarlas; hasta el momento en que las metemos en el interior y las resolvemos dentro, en el corazón, en la identidad, en lo más central de nuestro ser, porque las que arreglamos con la mente y sólo en la mente, en cuanto se nos olvida ese pensamiento, o ponemos a nuestra mente en otra tarea, en cuanto distraemos la atención de la idea, desaparece.


TAMBIÉN PUDIERA SER QUE…

“Hay personas que prefieren creer que todo en la vida es azar, y que todo está sometido exclusivamente a los caprichos de la casualidad. Este es un punto de vista tranquilizador en cierta medida, porque mitiga la carga de la responsabilidad personal. También hay personas que creen que la vida fluye totalmente de acuerdo con la predestinación derivada del karma de cada uno, de los efectos de causas que se arraigan en encarnaciones pasadas, y esta posición también es consoladora, porque lo absuelve a uno de responsabilidad en el presente. Finalmente hay quienes creen que la propia voluntad es el factor determinante de nuestro destino, y ésta es una actitud un poco menos reconfortante, porque la vida nos pone frente a algunas cosas que no es posible alterar con un esfuerzo de la voluntad, ni siquiera de la más poderosa.
El hombre está atado a la rueda del destino hasta que sobre él amanece la conciencia de la posibilidad de elección que le ha concedido Dios. Tiene entonces un atisbo de la naturaleza paradójica de la fuerza que lo ha atado, pero que le ha dado también el poder de romper sus ataduras.
Ya sabemos que hay proyecciones inconscientes que pueden llevar a una persona a enfrentamientos, relaciones y situaciones que, aunque asuman un cariz de destino, están reflejando su propia lucha por llegar a la conciencia de sí mismo.” (Del libro Relaciones humanas, de Liz Greene)


POR LO TANTO

Insisto en la propuesta de un destino que está escrita en alguna parte, sugerida, pensada por Alguien, porque a ese destino de “cosas que pueden suceder” acude el tarot, la quiromancia, la videncia o cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y de apertura a recibir esa información. Si se puede acceder a ello es porque tal vez exista.
Uno puede pensar que todo está escrito en el destino y entonces puede sentir una enorme frustración por el sentimiento de ser un muñequito que juega el papel que Dios le ha puesto. Es muy pobre si realmente es así. A mí me entra un enorme enojo si no tengo la sensación de que puedo renacer con mi esfuerzo, si sé que no son válidos mis despertares, si no tiene algún sentido lo que soy y lo que hago. Sí, ya sé que parece una presunción querer ser algo cuando dentro de poco moriré y no quedará de mí más de lo que haya quedado de cualquier indigente que murió hace diez siglos, o de un Neandertal que en su momento creyó ser importante.
Quiero creer en un destino en el que, a pesar de lo propuesto, uno, siempre, y digo “siempre”, pueda cambiar, pueda hacer modificaciones.
Hay cosas de las que hacemos que son de mucha importancia para nuestro desarrollo y el cumplimiento de nuestro “destino”; hay otras, en cambio, y lo he podido comprobar muchas veces, en las que no cambia nada con lo que hagamos o no hagamos; hay momentos decisivos y hay momentos intrascendentes, pero también hay situaciones que vivimos y cosas que hacemos que, aunque no tienen importancia para nuestra evolución, sí que la tienen para la de otra persona. Así, a veces, por ejemplo, y sin darnos cuenta, entretenemos a otra persona hablando por teléfono de cosas banales para que no pueda recibir otra llamada que es mejor que no reciba, o para que salga un poco más tarde a la calle y evitarle un accidente, o para que oiga una frase nuestra que puede ser esclarecedora para ella, etc... Y vuelvo a decir que he comprobado que es así como sucede en algunos momentos.
Además, estoy seguro de que Dios –o quien diseñe el futuro- quiere siempre lo mejor para mí –y no sé de dónde sale esta seguridad-, y siento con firmeza que las experiencias realmente “inevitables” no se han de evitar.
He llegado a la seguridad de que lo que nos pasa es lo mejor que nos puede pasar, aunque tardemos en comprenderlo y aceptarlo. Siempre hay un momento de serenidad en que uno razona o siente que aquello que tanto le hizo sufrir le abrió otras posibilidades.


Conozco opiniones de personas que creen que cuando uno es consciente de que eso que llamamos destino forma parte de un orden establecido, que es de una perfección asombrosa, que cada paso viene dado en el momento preciso, que no se puede pasar a una cosa hasta resolver la anterior, y que por encima de todo ello hay una Presencia Divina que vigila el correcto desarrollo de cada uno de los destinos, y lo cuida y lo mima con ternura y Amor, entonces uno comprende que es necesaria la rendición para nuestra propia redención; se comprende la necesidad de aceptar con todo el amor.


DESDE UN PUNTO DE VISTA MÁS ESPIRITUAL

Uno está destinado a ser Uno Mismo. Nada más. Y nada menos. Nadie puede cumplir nuestro destino, ni nosotros podemos pretender realizar el destino de otros.
Si uno tiene fe comprende la necesidad de aceptar CON TODO EL AMOR Y TODA LA CONSCIENCIA el “hágase tu voluntad” y siente la necesidad interior de decirle a Dios “de acuerdo, reconozco mis interferencias en Tu deseo de cuidarme y llevarme bien hasta Mí. Te brindo mi Voluntad. Hágase ahora tuya”.


RESUMIENDO

El destino es como llamarás a lo que te va a pasar tanto si prestas atención como si no. Por eso es mucho mejor ser el Creador de tu Destino, ya que tienes la posibilidad de crearlo, y hacer que sea especial. Es tu responsabilidad y tu obligación. Alégrate de que sea así. Sé valiente.


Francisco de Sales


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