HAY QUE TENER PACIENCIA CON UNO MISMO
En mi opinión, casi todos pecamos de la misma cosa: de una enorme falta de paciencia con uno mismo y de un trato que no siempre es tan amable como debiera ser. Y tener paciencia es algo que sí sabemos hacer, porque somos amables y pacientes con el prójimo cuando queremos…
La verdad es que casi siempre nos exigimos por encima de nuestras posibilidades, y esto, que pudiera y debiera ser un estímulo, un aliciente para dar un poco más, en la mayoría de los casos se vuelve en nuestra contra y adquiere una cualidad totalmente opuesta a lo que necesitamos.
En vez de lograr que nos esforcemos un poquito más, lo que hacemos es atacar directamente a nuestra paciencia y convertirla en impaciencia; y al no obtener resultados inmediatos, enseguida buscamos el modo de culpabilizarnos, menospreciarnos, nos ponemos cara de enfado, nos enojamos contra nosotros y cuanto nos rodea, nos preguntamos por qué somos así, nos quejamos porque somos así, nos lamentamos amargamente y nos tratamos como inútiles, sacadndo al crítico exigente que nos habita para que nos apuñale… en fin, cada uno sabe cómo es su proceso, pero más o menos todos son similares.
Nos falla, en muchos casos, el amoroso cuidado con que tratamos a los niños –por ejemplo-, y la paciencia y las oportunidades que a ellos SÍ les concedemos. Con nosotros, no somos así. No hay tan buen trato. En seguida aparece una severidad innecesaria, se reactiva una guerra que en muchos casos viene de lejos, nos ponemos las gafas de vernos en todo mal, o nos sale un “¡cuándo aprenderé!” que viene cargado de ponzoña.
En cambio, lo adecuado, lo ético, lo que es justo, sería dedicarnos el máximo de cariño, el más esmerado cuidado y la paciencia más infinita. No sé por qué nos cuesta tanto tratarnos bien, con delicadeza. Con el mismo cuidado exquisito con que queremos ser tratados por los otros.
No sé por qué no nos abrazamos con mimo y nos acogemos cálidamente en nuestro propio regazo.
No sé por qué cuesta tanto firmar la paz y llegar a un acuerdo de colaboración mutua –yo conmigo-, instaurando unas bases de convivencia que sean amables en las que todas las partes que nos integran dejen de estar desunidas, dejen de estar luchando cada una por sus personalísimos intereses, que los egos claudiquen por el bien de una convivencia interna en paz, y que todos los elementos que nos componen miren en la misma dirección y por el bien personal.
Si hay alguien que necesita nuestro cariño, más que los otros, es uno mismo.
Y quien no esté de acuerdo, que investigue. Que se mire por dentro. Que sea un mal llamado “egoísta” y mire a ver si es cierto. Pero, eso sí, que sea honrado y justo. Que se quite de la cabeza, por lo menos por un momento, esa idea de que mirar por uno mismo es de una egolatría perversa y desalmada que sólo merece el infierno.
Dios, o quien para cada uno sea su Creador, nos da una vida que nos obliga a estar con uno mismo hasta el final, todos los días a todas horas y en todas las circunstancias; nos concede la opción de vivir en una existencia armónica… ¿y uno se atreve a contravenir las condiciones lógicas de convivencia y se convierte en su propia zancadilla? Eso se llama masoquismo. También se puede llamar injusticia. O aberración. O crueldad. O injusticia.
Uno mismo, una misma, es su más preciado tesoro. Y que nadie lo dude.
Y no es una postura injusta ni un pensamiento del ego. Quien no se tiene a sí mismo no tiene nada.
No lo sé, sólo lo supongo, pero tal vez el sentido de la vida sea la reunificación consigo mismo, sobre todo en los momentos se tienen desaciertos y desacuerdos –que siempre se tienen-, y quizás cada uno deba vivir el arquetipo del hijo pródigo, y cuando se ha marchado de sí mismo y se da cuenta de que quiere volver, deba estar esperándose con los brazos y los abrazos abiertos, y acogerse sin preguntas ni reproches, y recomenzar de nuevo la vida en su propia compañía. Es entonces cuando uno ha de transmutarse y dejar de ser el hijo pródigo para convertirse en el padre misericordioso que se acoge sin condiciones.
¿Cómo me trato a mí mismo?
¿Cómo me comporto cuando descubro algo de mí que no me gusta?
¿Cómo es mi relación conmigo entonces?
¿Simplemente me soporto... o me amo?
Conviene no olvidar que uno siempre está buscando su propio amor aunque lo busque en otras personas o a través de ellas.
Mientras resuelves todo lo que te haya provocado esta lectura, ten paciencia contigo.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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