TODA LA VIDA ES VIDA
En mi opinión, esta frase, cuando la escuché por primera vez, me pareció tan simple, tan aparentemente vacía, tan carente de un sentido sorprendente e impactante, y tan pobre, que la descarté inmediatamente y la envié directamente al olvido. Me pareció tan obvia, tan poco atrayente que, supongo –no lo recuerdo-, me reiría del autor con una risa que diría “¡qué inocente eres!”
Por lo visto no fue directamente al olvido como era mi propósito, sino que se quedó en algún sitio madurándose o llenándose de sentido para mí, porque un día emergió con tal fuerza que me dejó sorprendido.
No sé qué pensaba decir con ella quien me la dijo, pero ahora pienso “¡qué grandeza tan simple!, ¡cuánta verdad en tan pocas palabras!”
Cuando la comprendí, a mi manera, me dio un puñetazo directamente al estómago que me produjo retortijones espirituales y un zarandeo tan grande en la mente que se me cayeron al suelo algunos prejuicios, y hubo un instante en que una luz blanca, plena y musical al mismo tiempo, ocupó toda mi atención y la de todos mis dispersos componentes, y todos al unísono, hermanados, fueron capaces de captar la rotundidad del mensaje, incluso quienes habían protestado dentro de mí quejándose por la vacuidad de todos momentos a los que dejaba escapar sin insuflarles vida, la ineficacia de algunos sufrimientos que no me aportaban nada más que dolor, mi distracción en algunas fantasías condenadas a ser irrealidad desde que las creaba, la nada que ocupaba una parte de mi vida que podría ser más productiva, los momentos perdidos en lo que me quedaba alelado, la cantidad de veces que mi consciencia era consciente, y la vida que estaba malviviendo… todos dejaron de lado sus opiniones individuales y confluyeron en que la frase tenía sentido, que no se trataba de darle más valor a los momentos más atractivos ni era correcto del todo despreciar a los que no aportaban fuegos artificiales.
Toda la vida es vida, y si uno está abierto a escuchar ese mensaje, de pronto nota una especie de apertura a otro nivel de consciencia o de conocimiento al que no se había accedido antes. Como si el resto de cosas aprendidas fueran de parvulario y esto fuese el auténtico conocimiento. Como si a partir de ese instante uno tuviera que dejar de distraerse con la calderilla y debiera pasar a no conformarse con menos que esto.
Es una clara e interesante propuesta para entender la vida de otro modo. Las cosas no son buenas o malas. Las cosas son. Simplemente son lo que son.
Lo que llamamos malo también es VIDA, los momentos de dolor o sufrimiento también son VIDA; dudar es VIDA, reír, amar, llorar… el silencio es VIDA. Y todas las cosas que nos ocurren tienen importancia y cada una de ellas se merece la totalidad de nuestra atención, porque es esa atención la que le da VIDA a la VIDA.
La VIDA ocupa todos los momentos. Los menos agradables también nos pertenecen. El dolor es nuestra vida. Las lágrimas forman parte de la vida. Y no saber. Y maldecir. Todo se une para formar el conjunto indisoluble que es nuestra vida. Y rechazar una parte de ella es rechazar una parte nuestra.
Somos todo. Y tenemos que acoger todo. Sí que podemos tener cuidado para no seguir incorporando las cosas que no son de nuestro agrado, pero están todas las que están, todo lo ocurrido ha ocurrido, somos lo que somos, arrastramos lo que arrastramos.
Todo lo anterior es para decir que somos indisolubles, que no se puede construir lo que somos solamente con lo que nos agrada, que hemos de amarnos en el conjunto que también incluye errores, fracasos, pena, ira, o desconcierto. Puede que no nos agraden algunas de nuestras facetas, algunos hechos del pasado, cosas ingratas, pero tenemos que acogerlo todo, acogernos íntegros, amarnos a pesar de lo dificultoso que es poder decir “me amo” conociendo nuestros trapos sucios.
Porque uno ha de amar este ser desvalido, inseguro, o frágil, que cada uno es. Y ha de hacerlo por encima de juicios previos desastrosos, de los repetitivos auto-reproches, y de la rabia indisimulada.
Hay que amarse por encima del desamor.
Amarnos tal como somos es el verdadero amor.
Reconciliarnos con nosotros mismos, sin condiciones ni reparos, es amarnos. Y no hay tarea más hermosa que esa.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales