PERDONAR ES PERDONARSE
En mi opinión, la afirmación del título del artículo es plenamente demostrable y tiene su razón.
Perdonar, si no se interpreta bien, es un acto de orgullo o de soberbia, en el que uno se reconoce privilegiado con respecto al otro y en superioridad frente a él en relación al asunto que se trata de “perdonar”.
Perdonar, en realidad, es liberarse de un acto de soberbia personal dejando que sea el corazón quien resuelva el asunto. Perdonar se convierte así en un acto de amor hacia la otra persona.
El ego, ante una ofensa es propenso al desquite, a devolver en forma de venganza el mal o la ofensa que cree haber recibido. Cuando eso sucede es cuando uno, personalmente y por encima de su ego, ha de tomar el mando de sus propios actos y no permitirlo. La persona más misericordiosa es aquella que pudiendo vengarse, perdona.
Perdonar no es un acto de generosidad y liberación hacia los otros, sino hacia uno mismo.
Es quien perdona el que ya no tiene que arrastrar la incomodidad por lo sucedido. Es él quien da un paso más en su evolución y en su Mejoramiento Personal, porque demuestra tener un corazón compasivo y empático que puede llegar a comprender a la otra persona, y se deshace de la incomodidad que aflige a su propio ego, pero no por contentar al ego sino por liberarse a sí mismo.
Perdonar es comprender la ofensa, comprender las razones del ofensor –a veces solo “supuesto” ofensor-, comprender su situación o sus circunstancias. Es desapegarse del motivo de la ofensa, apartarlo, no permitir que altere el bienestar emocional, no adjudicarle una importancia que por sí mismo tal vez no tenga.
La indulgencia es la facilidad para perdonar o disimular las “culpas” y “errores” de los otros y en concederles sin rencor la gracia del indulto. Consiste, también, en no ser severo a la hora de juzgar los hechos de los demás.
La tendencia habitual del ego es la de sentirse muy ofendido y la de magnificar los hechos, regodeándose en repetir su dolencia por lo ocurrido, mostrándose una y otra vez irritado, insistiendo masoquistamente, llevándolo al grado de injuria grave imperdonable.
La benevolencia pone una sonrisa en la boca y en el alma. “Todos somos humanos y nos equivocamos”, nos dice al oído. “Tal vez mañana seas tú el que actúe de tal modo que afecte a otra persona y necesites su perdón”, añade. “Todo es fácilmente perdonable, excepto aquello que se haya hecho con mala intención y con el conocimiento previo de que con ello perjudicaba al otro”, aclara. Tiene razón la benevolencia. “Recuerda no tomártelo como algo personal”, agrega. Lo sé, lo he leído mil veces.
Creo que la próxima vez no me alteraré ante las ofensas, seré benevolente con naturalidad, y no será necesario tener que perdonar… porque la ofensa se esfumará por sí misma.
Te invito a que tú también lo hagas.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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