¿TÚ REALMENTE VIVES O SÓLO LEES ETIQUETAS?
En mi opinión, los prejuicios –yo creo que está mejor dicho pre-juicios-, y las respuestas que tenemos preparadas como reacciones automáticas ante ciertos estímulos, nos condicionan grande y gravemente. Nos impiden ser nosotros realmente en cada momento porque son ellos los que deciden y nos privan de la libertad de escoger la respuesta apropiada para cada momento.
Todos tenemos ideas, prejuicios y reacciones automáticas preparadas para los casos o cosas que se nos repiten habitualmente. A casi todo le hemos preparado una respuesta –y el problema de esto es que no las actualizamos, usamos siempre las mismas respuestas, y muchas de ellas están tan caducadas que no soportarían una auditoría en este momento- y –por desgracia- no miramos las cosas sino que leemos la etiqueta que en algún momento le hemos puesto.
Si uno ve una flor y piensa: “flor” –que es lo que uno ha escrito en la etiqueta, y que es la misma para todas las flores- se pierde todo lo que la flor le puede dar. Es una flor –según dice la etiqueta mental que se le ha puesto- y por eso ya se da por conocida, y uno no se permite extasiarse, no se entretiene en olerla, o en fijarse en el tacto, ni se sorprende por la forma que tienen los pétalos.
Si le adjudicamos una etiqueta a cada cosa, a cada persona, a cada situación, la vida se puede convertir en una rutina estancada. Si nos quedamos parapetados tras la idea pre-concebida, tras el pre-juicio, nos perdemos la maravilla de la evolución y no dejamos lugar a la sorpresa para que nos siga emocionando; eliminamos nuestra presencia integral en el momento que se está viviendo porque ya damos por supuesto lo que es, lo que está pasando y lo que va a pasar.
La mayoría de las cosas que nos sorprenden lo hacen cuando nos permitimos estar en ellas con toda la atención, íntegramente, con el corazón… y sin la mente. Si uno observa qué ocurre para que algo rutinario se convierta en maravilla –la sonrisa de un niño, el sol, el firmamento, etc.- se dará cuenta que es la ausencia de la mente lo que hace distinto el momento.
En ese instante la mente deja un vacío que ocupa la atención plena, la presencia total en el punto, la ausencia de juicios y prejuicios; queda uno solo frente a lo que está pasando, sin distracciones mentales, desnudo de condicionamientos, sin nada que robe protagonismo a la vivencia. A solas uno con su capacidad íntegra de sentir y emocionarse. Eso es lo que distingue un momento especial de un momento rutinario.
Si te quedas en la frialdad de leer la etiqueta que pusiste a cada cosa, y lees “río” ya no verás el río, no sentirás el río, te perderás el río. Si te pones ante el río como un marciano que acaba de llegar a la Tierra y no conoce las cosas y quiere conocerlo todo, y para eso tiene que observar o preguntar, entonces apreciarás el ruido, el agua que nunca regresará, los remolinos, el entorno, la temperatura…
Si te paras TODO TÚ ante las cosas o las situaciones y alejas la interferencia de la mente estarás construyendo un momento especial. Si eres un marciano, la vida te seguirá sorprendiendo, las cosas te presentarán su verdadero protagonismo, los ojos de ver se convertirán en ojos de mirar.
Aplicar en tu vida la atención plena, la presencia completa, la conciencia absoluta, y tu total abstracción en la cosa y en el instante que estés viviendo, te aportará sensaciones olvidadas, emociones intensas, una plenitud que ahora te puede estar pasando desapercibida.
Tu vida requiere de toda tu atención y tu presencia para que realmente sea tu vida.
Tu vida te necesita.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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