APRENDE A DEJAR APARCADOS TUS PROBLEMAS
En mi opinión, una de las actitudes incorrectas habituales es la de pretender remediar los asuntos pendientes de resolver -eso a lo que llamamos problemas- desde el ofuscamiento y el descontrol que provoca estar en ese estado.
Para resolver los problemas no hay que sentirse parte de los problemas ya que eso dificulta acceder a la objetividad que se necesita para poder ver la auténtica realidad del asunto. Desde la ansiedad y el agobio y el nerviosismo y el estrés que provoca estar implicado directa y personalmente en ello, no se ven las soluciones acertadas.
La solución a los problemas se encuentra mejor saliéndose de los problemas. Desde dentro no se ve la salida. La salida, curiosamente, se ve mejor desde fuera.
Ayuda mucho ver con más claridad lo que está pasando si uno lo observa como si no le ocurriese a sí mismo sino a otra persona. Cuando vemos los problemas de los otros los resolvemos mejor que los nuestros propios porque no estamos implicados en ellos, no son nuestros y por eso no nos presiona y altera la inquietud por hacerlo bien o no.
Esto no es fácil y requiere perseverancia hasta que se consigue hacer con naturalidad. Salirse del problema propio no es una huída: el problema va a seguir esperándonos hasta que acabemos, o sea que es mejor que hagamos un alto en el caos, que lo dejemos apartado a un lado, que lo miremos como si fuese la primera vez que tenemos noticias de él y que sepamos preguntarle al problema por su origen, qué lo puso en marcha, qué resistencia aportamos, porqué lo rechazamos, por qué queremos que desaparezca por sí mismo –cosa imposible- en vez de solucionarlo.
Si no podemos con él, será bueno que esa parte nuestra que se ha separado del problema actúe como un Yo Observador y se dé cuenta de la realidad. Y que de ese modo descuente del asunto la tensión que le hemos añadido, que no nos deje engrandecer irrealmente la magnitud de lo que está pasando, que nos aporte serenidad para comprender que con serenidad podremos afrontarlo mejor. Que valore en su justa medida los riesgos y peligros que hay para resolverlo –y también los riesgos y peligros de no resolverlo-, que comprenda que lo más grave que pueda pasar no es tan grave como lo imaginamos.
Vivir también es resolver las dificultades e imprevistos que nos aparecen y los inconvenientes indeseados, y eso se ha de afrontar con tranquilidad y naturalidad, porque no tienen más importancia de la que nosotros les queramos adjudicar.
Sea lo que sea lo que nos estamos jugando con ese problema es muy conveniente valorarlo con total objetividad. No restarle importancia y tomárselo inconscientemente a la ligera, pero tampoco recargarlo de una gravedad y dramatismo que por sí mismo no tiene.
Escribir lo que pasa aporta objetividad porque al verlo reflejado en un papel -que es algo externo a uno-, cosificado y sin el barullo en el que se muestra en la mente, se ve con otra perspectiva más equilibrada.
Y si uno no lo consigue por sí mismo, puede recurrir a un profesional, o puede pedir una opinión a alguien con conocimientos y que le merezca total confianza.
Esas cosas desagradables que nos pasan tenemos que resolverlas, así que será bueno que aprendamos cómo hacerlo y estemos preparados para afrontarlas cuando se presenten y que no nos agobien y anulen.
En lo que has leído hay algunas pautas que tal vez te puedan ser de utilidad.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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