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 EL HOMBRE QUE NOS ENSEÑÓ MORIR...

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Albertina

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Cantidad de envíos : 4314
Fecha de inscripción : 27/09/2010

EL HOMBRE QUE NOS ENSEÑÓ MORIR... Empty
MensajeTema: EL HOMBRE QUE NOS ENSEÑÓ MORIR...   EL HOMBRE QUE NOS ENSEÑÓ MORIR... Icon_minitimeMiér 21 Feb 2018, 9:36 am

[size=13]EL HOMBRE QUE NOS ENSEÑÓ MORIR...

De mi propia vida
En el tiempo que me queda, tendré que arreglar mis cuentas con el mundo.Oliver Sacks, el hombre que nos enseñó a morir.

Antes de morir, el neurólogo Oliver Sacks, se despidió anunciando que padecía un cáncer terminal y que le quedaba muy poco de vida.

Lo hizo con una carta llena de optimismo, sin dejar de reconocer cierta clase de miedo, pero sintiéndose profundamente agradecido con la vida. El prolífico autor y neurólogo dio al mundo empáticos análisis acerca de los desórdenes del cerebro, a la vez que inspiró películas, obras de teatro, una ópera y, probablemente, a muchos a desarrollar carreras en medicina y en las ciencias del cerebro.

Agradecido porque de entre todas las posibilidades de átomos y células y química, ha sido humano, ha sido conciencia y ha tenido la posibilidad de sentir como uno de esos humanos.

Él, sin duda, ha devuelto con creces a la vida ese agradecimiento.
En 1969, Oliver, administró L - dopa a veinte pacientes ingresados en el Hospital Monte Carmelo de Nueva York, supervivientes de la gran epidemia de encefalitis letárgica, la enfermedad del sueño, que alcanzó dimensiones planetarias en los años veinte del siglo pasado, y que llevaban en coma casi cincuenta años.
Y les hizo despertar.
Les curó del sueño.
Tal vez despertar sea soñar en el mundo.
Tal vez morir sea despertar en el Universo.
Oliver comprendió pronto que la medicina por sí sola no cura.
Que para curar, primero hay que estar enfermo.
Que tienes que sucumbir a la enfermedad para entender al paciente.
Sí, Oliver ha sido el médico que enfermó de humanidad o tal vez el enfermo humano que estudió medicina.
Comprendió que uno tenía que sufrir, bajar al fondo, para entender al otro.

Si bien he tenido relaciones amorosas y amistades, y no tengo auténticos enemigos, no puedo decir (ni podría decirlo nadie que me conozca) que soy un hombre de temperamento dócil. Al contrario, soy una persona vehemente, de violentos entusiasmos y una absoluta falta de contención en todas mis pasiones.

Sin embargo, hay una frase en el ensayo de Hume con la que estoy especialmente de acuerdo: “Es difícil”, escribió, “sentir más desapego por la vida del que siento ahora”.

En los últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé por terminada.

Por el contrario, me siento increíblemente vivo, y deseo y espero, en el tiempo que me queda, estrechar mis amistades, despedirme de las personas a las que quiero, escribir más, viajar si tengo fuerza suficiente, adquirir nuevos niveles de comprensión y conocimiento.

Eso quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y tratar de arreglar mis cuentas con el mundo. Pero también dispondré de tiempo para divertirme (e incluso para hacer el tonto).

He sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta

De pronto me siento centrado y clarividente. No tengo tiempo para nada que sea superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar de ver el informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de prestar atención a la política y los debates sobre el calentamiento global.

No es indiferencia sino distanciamiento; sigo estando muy preocupado por Oriente Próximo, el calentamiento global, las desigualdades crecientes, pero ya no son asunto mío; son cosa del futuro. Me alegro cuando conozco a jóvenes de talento, incluso al que me hizo la biopsia y diagnosticó mis metástasis. Tengo la sensación de que el futuro está en buenas manos.

Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10 años, de las muertes que se producen entre mis contemporáneos. Mi generación está ya de salida, y cada fallecimiento lo he sentido como un desprendimiento, un desgarro de parte de mí mismo. Cuando hayamos desaparecido no habrá nadie como nosotros, pero, por supuesto, nunca hay nadie igual a otros. Cuando una persona muere, es imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque el destino de cada ser humano —el destino genético y neural— es ser un individuo único, trazar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.

No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los lectores.

Y, sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura.

Dijo Oliver en su carta de despedida:
“Me encuentro intensamente vivo y quiero y espero que el tiempo que me quede por vivir me permita profundizar mis amistades, despedirme de aquellos a los que quiero, escribir más, viajar si tengo la fuerza suficiente, alcanzar nuevos niveles de conocimiento y comprensión. Esto incluirá audacia, claridad y hablar con franqueza; trataré de ajustar mis cuentas con el mundo. Pero también tendré tiempo para divertirme (incluso para hacer alguna estupidez)”.
No sé cuándo moriré yo.
Tampoco cuándo lo harás tú o la estrella Rigel o aquel ciprés del Retiro o el perro de tu madre o este sentir.
Lo que sí sé es que quiero seguir profundamente agradecido hasta que llegue ese momento.
Que quiero seguir hablando con franqueza.
Y cometer alguna estupidez.
Antes de despertar.

Oliver Sacks, catedrático de Neurología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York, es autor de numerosos libros, entre ellos Despertares y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero

Su libro Awakenings, publicado en 1973, y que documentó el notable experimento de Sacks utilizando la droga levodopa (también conocida como L-dopa) para reactivar a pacientes que habían estado paralizados por décadas por encefalitis, fue la base para una película de 1990, que tenía como protagonista al fallecido Robin Williams con un personaje inspirado en Sacks.

©️ Oliver Sacks, 2015.


Este artículo se publicó originalmente en The New York Times.
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