EL NIÑO DESAMADO
En mi opinión, hay personas que viven con gran insatisfacción una carencia, en muchas ocasiones inexplicable, desconocida, que sólo les provoca sufrimiento pero sin delatar claramente su origen, y que –salvo los casos que pueden llegar a hacerse muy claros y evidentes- necesitan de un psicólogo u otro profesional cualificado que les haga sacar a la luz el origen de ese malestar.
Hay niños que crecen sanos mentalmente, sin traumas, por supuesto, y mis felicitaciones para ellos, pero hay una cantidad ingente de personas que tienen archivados en su recuerdo inconsciente –que es el que les motiva o desmotiva, el que les hace tener fe y confianza o lo contrario, una buena autoestima o no, y una u otra actitud ante la vida-, y esas personas, en muchas ocasiones, no saben que el motivo de su desazón, de su intranquilidad ante la vida, de su vacío existencial, es un niño desamado que albergan en su corazón, un niño que no recibió caricias incondicionales, de esas que se le dan a alguien simplemente por el hecho de ser alguien, de las que brotan del corazón y salen a reventar de amor, de las que van rebosantes de afecto y el otro las recibe como una bendición porque le llenan su alma de afectos.
Hay niños que fueron bien amados y saben en todo su ser que fueron y son apreciados, y eso les proporciona una actitud de confianza y valía para afrontar la vida, y viven con una sensación de estar ocupando su sitio en el mundo, de no ser un impostor, y pueden andar por la vida con tranquilidad porque su vida les pertenece.
Hay niños que fueron desatendidos sentimentalmente, que no conocieron la sensación de ser incondicionalmente amados porque se les ignoraba en demasiadas ocasiones, porque no se les manifestaba un amor claro y directo que se les grabara en el corazón, porque fueron más criticados que alabados, o porque sólo se les prestaba atención y reconocimientos cuando estaban enfermos o a cambio de que acataran órdenes sin rechistar y de que se callasen cuando querían decir algo.
Recibieron caricias tristes y frías, que sintieron más como lástima o como migajas de atención que como cariño, se les grabó un vacío, una conmoción de no valer nada y no ser nadie, una inutilidad que les hacía creer que el mundo era un coto privado y reservado para otras personas.
Lloraron lágrimas tristes y silenciosas, le dieron muchas vueltas al sinsentido de sus vidas, se les cinceló en el alma la idea de que estorbaban… ellos, que eran tan niños, tan solos, tan desatendidos, tan desamados.
Hay padres que son buenas personas pero no son buenos educadores. También hay padres dañinos y destrozadores, que agreden con su maligna intención o con su desatención, y de ahí salen hijos que luego tienen que ir mendigando amor, o cariño, o simplemente atención, o que alguien les anime, les quiten de encima un poco del peso de su aflicción, o les den un lugar en la vida que sentir como propio.
Esos hijos sentirán una angustia inespecífica por no sentirse queridos, y vivirán con la eterna e incontestada duda de por qué no fueron queridos, y llegarán por lógica equivocada a pensar que son malos –tal como alguien les ha inculcado o insinuado sin palabras pero con hechos-, que no son dignos como personas, que no se merecen nada bueno, y pasarán por la dolorosa experiencia de no creerlo cuando alguien les diga algo bueno de ellos, cuando les hagan ver que no son como creen y que el auto-concepto está manipulado y maleado, cuando les abran el corazón que no vieron abierto en sus educadores…Y sufrirán mucho en su vida.
Estos adultos que conviven con su niño desamado tendrán que aceptar que aquellas caricias que no recibieron de sus padres -en forma de atención o de amor- no las recibirán nunca, pero que eso no es muy grave.
Ahora deberán amarse por sí mismos, y también recibir con agradecimiento las caricias que otros les den, pero sólo cuando capten que vienen directamente del otro corazón hasta el suyo, cuando sienta su niño interno que de verdad es apreciado, cuando sea capaz de dejar que a través de su coraza de autodefensa entren los sentimientos puros de otros, el abrazo entre los brazos sinceros del afecto, o el bálsamo de las palabras amables y verdaderas.
Es posible que necesiten la cooperación de un profesional de la mente para que les ayuden a desembarazarse de los miedos y las inseguridades, para que les enseñen a mostrarse y mostrar sin miedo quiénes son, o a contactar con el niño desamado, a des-culpabilizarle, a mimarle como nunca antes lo hayan hecho, a hermanarse como el adulto de hoy con el niño de ayer y emprender juntos el camino de la reconciliación.
A este niño que cada uno llevamos dentro hay que mostrarle nuestra comprensión, nuestro apoyo por lo que tuvo que sufrir y por las carencias que atravesó, por haber sobrevivido a todo lo que ha pasado, por haber resistido y habernos traído hasta el día de hoy; hay que ofrecerle protección porque si él se siente seguro y amado nosotros nos sentiremos seguros y amados, y bajo ningún concepto y en ningún caso emitiremos un juicio sobre él ni le acusaremos de nada.
El niño desamado, el desesperanzado, el desilusionado, el desvalorizado, el desgraciado… todos siguen vivos y afectándonos, y a todos hay que admitirles, abrazarles, y curar sus heridas emocionales.
Y esa es la tarea inaplazable e ineludible de cada uno de los que se hayan visto aquí reflejados de algún modo.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales