Sus defensores afirman que absorbería el CO2 extra de la atmósfera, produciría bioenergía y frenaría la deforestación
El biocarbón podría utilizarse para enterrar durante miles de años el dióxido de carbono (CO2), causante del efecto invernadero, producir energía, aumentar las cosechas gracias a su poder fertilizante y frenar la deforestación. Así lo presentan sus impulsores, que pretenden por ello que se invierta en su producción y uso a gran escala. Sin embargo, diversos expertos destacan la falta de pruebas concluyentes y señalan intereses económicos al respecto.
Autor: Por ALEX FERNÁNDEZ MUERZA Fecha de publicación: 6 de abril de 2009
El biocarbón es una especie de grano fino de carbón producido a partir de la quema de biomasa o de residuos orgánicos, como virutas de madera, restos de cosechas o estiércol. Según sus defensores, sus aplicaciones podrían ser muy valiosas para combatir algunos de los mayores problemas medioambientales actuales, como el cambio climático, la energía, la producción de alimentos o la deforestación.
En este sentido, aseguran que su proceso de producción contribuye a una doble reducción de emisiones de CO2. Por un lado, permite la producción de bioenergía que puede transformarse en electricidad, así como en etanol y metanol, unos alcoholes con múltiples aplicaciones, entre ellos su conversión en combustible. Por ello, con su utilización se evitaría la emisión de CO2 de los combustibles fósiles, además de aprovechar los residuos de los que se nutre y que de otra forma acabarían descomponiéndose y devolviendo el CO2 a la atmósfera.
Por otro lado, su estructura porosa es ideal para atrapar nutrientes y microorganismos beneficiosos que pueden ayudar a las plantas a crecer. Gracias a su uso como fertilizante también se estaría "secuestrando" bajo tierra el CO2 y otros gases de efecto invernadero, como óxido nitroso o metano: los árboles utilizados como materia prima absorben este gas de efecto invernadero, de manera que al transformarlos en abono se enterraría también todo ese gas.
Por ello, cada vez son más las iniciativas que proponen aprovechar las cualidades de este producto. Recientemente, Chris Turney, profesor de geografía de la Universidad británica de Exeter, daba a conocer un sistema que utilizaría hornos microondas gigantes para transformar la madera en biocarbón. Según este experto, al enterrar todo el material producido a gran escala se podría evitar la emisión a la atmósfera de miles de millones de toneladas de CO2. Para ello, se tendrían que replantar grandes zonas con árboles para cubrir su producción, lo que de paso supondría una medida importante de reforestación. Por el momento, Turney ha construido un prototipo de cinco metros de largo que salva una tonelada de CO2 por 65 dólares. Asimismo, ha puesto en marcha una empresa, Carbonscape, con la que planea la siguiente generación de su máquina.
Por su parte, científicos conocidos internacionalmente como James Lovelock, autor de la teoría Gaia, y James Hansen, responsable del Instituto Goddard de la NASA y uno de los primeros expertos en señalar el calentamiento global, han resaltado las posibilidades del biocarbón. Asimismo, Tim Lenton, climatólogo de la Universidad británica de East Anglia, ha calculado que para 2100 una cuarta parte de las emisiones de CO2 producidas por el ser humano podrían ser secuestradas con la producción de biocarbón a partir de residuos orgánicos. Johannes Lehmann, de la Universidad estadounidense de Cornell, estima que sería posible fijar con el biocarbón 9.500 millones de toneladas de CO2 al año (la producción global de CO2 a partir de combustibles fósiles es de 8.500 millones de toneladas anuales).
Críticas al biocarbón
Almuth Ernsting, experta de Biofuelwatch, una iniciativa británica crítica con los biocombustibles, destaca la creciente influencia de la Iniciativa Internacional Biochar (IBI en sus siglas en inglés) a nivel internacional. El año pasado, esta organización reunía a las principales empresas y expertos que defienden su uso, como el científico Tim Flannery, nombrado en 2007 australiano del año.
Ernsting considera que la IBI podría conseguir que la próxima Convención sobre Cambio Climático de Naciones Unidas, prevista para diciembre de 2009 en Copenhague, aprobase formalmente el biocarbón como un Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL) para el período posterior a 2012.
En tal caso, sostiene Ernsting, si estas industrias, entre las que cita a empresas como Best Energies, Eprida, Dynamotive y Biomass Energy and Carbon, pudieran ganar dinero mediante fertilizantes patentados y la obtención de créditos de carbono, "despegarían muy rápidamente".
No obstante, en la actualidad, los apoyos internacionales a estas empresas son más bien puntuales: tan sólo hay un programa de investigación en Estados Unidos que ofrece subvenciones para iniciativas con biocarbón, y en Australia y Nueva Zelanda se han introducido proyectos de biocarbón en sus planes de acción contra el cambio climático.
En cualquier caso, la experta de Biofuelwatch asegura que la generalización del biocarbón no sería una buena idea, dado que no se ha demostrado que sea capaz de secuestrar CO2 o de aumentar por sí mismo la fertilidad de los suelos.
Otros expertos, si bien se muestran a favor del biocarbón, consideran que sus impulsores son demasiado optimistas sobre sus posibilidades. El propio James Hansen, junto a su compañero del Instituto Goddard, Pushker Kharecha, publicaban recientemente un artículo para aclarar que sus estudios se han malinterpretado, y por lo tanto, su apoyo al biocarbón se ha exagerado. Los dos investigadores explican que si bien el biocarbón es una opción para mitigar las emisiones de CO2, "no se trata de una panacea" y todavía presenta "incertidumbres fundamentales".
En concreto, Hansen y Kharecha consideran que el biocarbón proporcionaría sólo una pequeña parte del uso de la tierra relacionado con la reducción de CO2, mientras que la reforestación y la reducción de la deforestación serían mucho más determinantes, lo que no implicaría que las plantaciones debieran destinarse específicamente al biocarbón.
Por su parte, Chris Goodall, autor del libro "Cómo vivir con menos CO2", propone al biocarbón como una solución contra el cambio climático, aunque matiza que el gran problema consistiría en organizarlo a gran escala.
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