Relaciones que empiezan enfermas o relaciones intoxicantes.
Artículo por Hugo Betancur.
En mi práctica médica y de psicoterapia he podido apreciar relaciones que se rompen fácilmente, al cabo del tiempo, y que coinciden con comportamientos anormales de quienes las propician.
Empiezan como relaciones de necesidad, o con muchas expectativas subjetivas de una u otra parte, o invocando patrones de dependencia o de autoridad o imágenes ideales con que revisten a la persona, que se convierte en el objetivo de su conquista -características que ven como atractivas o como incentivos: rasgos físicos llamativos, desempeño social, actividad profesional, posesiones económicas...
Muchas veces, las personas que inician estas relaciones atraviesan graves conflictos de convivencia en relaciones formales que tienen establecidas, y que no han resuelto ni roto.
Posiblemente hayan estado viviendo en pugna con su pareja o con alguna insatisfacción o manifestación de fracaso que le atribuyen.
Probablemente se hayan autodefinido como víctimas en sus núcleos familiares y hayan tomado como hábito la queja contra otros, a quienes acusan de causarles su infelicidad.
Estas personas -con relaciones que alguna corriente psicológica llama disfuncionales- se empeñan, en algún momento, en obtener o improvisar nuevos nexos con otros u otras que cumplan unas condiciones o requisitos determinados por ellas mismas, desde su propio estado de frustración.
Estas relaciones comienzan con estrategias y mañas: cómo obtener lo perseguido con las máximas ventajas y los mínimos riesgos, cómo convencer con la máxima eficiencia, cómo influir poderosamente sobre el otro o la otra asegurándose de halagar sus gustos y de aparecer como un prospecto de pareja muy conveniente, muy excepcional y sin compromisos de ninguna clase, aunque todos los que le rodean conozcan sus vulnerados hogares.
A veces, las personas que inician estas relaciones intoxicantes tienen comportamientos egoístas y tácticos cuando perciben o identifican obstáculos que pueden entorpecer sus planes.
Si sus relaciones conyugales o de pareja, que son insatisfactorias para ellos o ellas, no han sido disueltas, inician la nueva relación en secreto o con engaños con un doble objetivo:
1. Si funciona podrán resolver o disolver la antigua relación una vez que se aseguran que van a obtener lo proyectado o deseado; pueden crear una crisis o unas circunstancias particularmente ventajosas que les permitan apartarse de su molesto o molesta pareja. Y
2. Si no funciona, permanecen en la relación habitual y siguen su búsqueda.
Pero, muchas veces, estos cónyuges frustrados o inconformes inician las nuevas relaciones como juegos o maquinaciones muy sofisticadas y calculadas cuando se dan cuenta que pueden encontrar interferencias porque su objetivo, aquel o aquella a quien quieren atraer para sí, para su relación especial particular y excluyente, de alguna manera se siente atado o atada, o comprometido o comprometida, en otro nexo familiar o conyugal que persiste o que está vigente.
Estos pretendientes astutos -masculinos o femeninos- improvisan sus ataques para neutralizar o echar lejos a quienes les estorban en el coqueteo o romance exclusivo que quieren imponer. Cuando no logran intimidar o separar a la contraparte, que de alguna manera les hace competencia o rivalidad, raptan o arrebatan a su cortejado o cortejada del medio en que se desenvuelve como pareja para ponerla en sus territorios donde posan de amos o amas y donde se las dan de seductores o seductoras, aunque sea transitoriamente (mientras la pasión del momento se consume y se apaga) -una jugada sucia si la miramos desde un punto de vista moralizador y ejemplarizante-.
Convencen o estimulan, o propician las condiciones para que el ser humano que han convertido en su objetivo de apropiación abandone a su compañero o compañera. Si le han oído quejas, o lamentos, o relatos de supuestos malos tratos, o negligencia o desacuerdos, se apoyan en esos defectos y los exageran para atraerla o atraerlo hacia sus maquillados, o costosos, o lujosos, o relumbrantes inestables paraísos privados (o tal vez también a sus vulnerables ambientes donde falta el lujo, pero donde siempre hay algo tentador que ofrecer): sus pequeños reinos de fantasía donde esperan ser felices y donde guardan secretamente sus intenciones de seducción o sus planes egoístas.
En este escenario, donde unos y otras arman sus tramas, sus dramas y sus fingidas tragedias de infortunio, los hijos son afectados por las decisiones y acciones de sus padres, que se empeñan en sus aventuras de padrones, estériles por cautela, por conveniencia o porque el tiempo ha avanzado y las semillas no son aptas para ser fertilizadas.
Los hijos quedan a la deriva cuando los padres y las madres se empeñan en sus romances tardíos y aventureros. Pasan a ser propiedad de aquí y de allá. Tomados o entregados en préstamo, o instruidos y manipulados para que acepten, sumisa o interesadamente, las resoluciones y mandatos de sus aprovechadas engendradoras o de sus procreadores.
Y la apariencia de que hicieron lo correcto antes sus allegados y conocidos debe tener una máscara convincente: las justificaciones más útiles, las historias de ofensa o atropello más verosímiles -aunque carezcan de evidencia-, las mentiras más lógicas o menos desvirtuables, las heridas más inspiradoras de compasión.
Una vez abandonada o excluida con tan maquiavélico ataque la antigua pareja, el galanteado o la galanteada será presa fácil para su conquista; y esta persona iniciará su romance con la certeza de que todo saldrá tan bien como en una novela rosa.
Pero, la vida no permite eso. O lo permite solo fugazmente. Porque la vida es sabia en sus manifestaciones y en sus planes. Nos muestra continuamente que obtenemos lo que sembramos. El engaño atrae engaño. Quien desdeña y menosprecia será menospreciado. No atacar para no ser atacados. Y aquello que construimos sin bases firmes es derrumbado por la primera tormenta.
El amor no es una novela caprichosa que los cónyuges egoístas arman a su antojo. El amor exige sinceridad, verdad, equilibrio, respeto, seriedad. Cuando esas condiciones no se cumplen, el amor no está presente.
Esas relaciones que empezaron forzando las circunstancias hacia las preferencias y ambiciones de los participantes se disuelven al paso del tiempo. Son solo humo en el viento, que la vida dispersa con alguna severa acción aleccionadora y equilibrante.