NO HAY QUE CONSOLAR CON MENTIRAS
En mi opinión, en un afán de infundir ánimos a los otros –o a uno mismo-, cuando se está desesperanzado, o se está pasando mal, utilizamos la mentira como un bálsamo –y la llamamos “mentira piadosa”-, pero, cuidado, porque tiene contraindicaciones y unos efectos secundarios que pueden ser devastadores. Como se suele decir: “A veces puede ser peor el remedio que la enfermedad”.
A un niño se le pueden contar “mentiras piadosas”, aunque tampoco son aconsejables siempre, pero a un adulto no se le debiera mentir nunca. Ni siquiera en los momentos duros.
En un acto de conmiseración -que debería estar muy justificado-, se puede obviar una parte de la realidad que no sea grave, pero lo que no se debe hacer es aportar una información que sea opuesta a la realidad, o trastocarla de modo que más adelante sea dañina.
Me refiero a esas frases o actos bienintencionados pero erróneos, como, por ejemplo, cuando alguien está llorando y se le dice: “no llores”.
¿Por qué no debe llorar?, ¿por qué?
Es una expresión natural, y puede que esté ya en un proceso de duelo y esté en plena catarsis resolviendo algo que le es muy conveniente resolver. (Y los duelos se han de hacer por cualquier tipo de pérdida, no sólo ante un fallecimiento)
Pasa lo mismo cuando le decimos a alguien que sufre eso de: “no te preocupes, que todo se va a arreglar” Es una bonita frase que puede aportar un consuelo momentáneo, pero si aquel a quien se lo decimos se la cree al pie de la letra, se despreocupa de resolver el asunto, y se queda quieto esperando que se cumpla lo que le han dicho pero no le han garantizado que vaya a ser cierto. “Todo se va a arreglar”, y ya se sabe que es muy poco probable que todo se resuelva por sí mismo y le estamos condenando con nuestra frase a un estancamiento que le va a producir mucho más sufrimiento o mucho mayor dolor.
Cuando otra persona –o nosotros mismos- estamos involucrados en un asunto que no ha salido como se esperaba, y eso crea una desagradable sensación, o un perjuicio serio, hemos de racionalizarlo y entender –sin que ello conlleve algún tipo de frustración- que no todas las cosas suceden como se desean –y más si eso depende de la intervención o no de otras personas-, y que las posibilidades de “fracaso” tienen un porcentaje más elevado que las de “éxito”, y que si, además, no se ha hecho todo lo adecuado para que salga bien, si no ha habido una planificación o esfuerzo previo y se ha dejado el desenlace en manos de la casualidad, lo estadísticamente lógico es que salga mal o que no salga bien.
Y si alguien, por ejemplo, no se ha esforzado lo suficiente en prepararse para un examen y no aprueba, no es lo adecuado consolarle –que es mentirle- diciendo: “a ver si la próxima vez tienes más suerte”. ¿Cómo que más suerte?, ¿desde cuándo un asunto importante en el que uno puede y debe actuar se deja en manos de la suerte? “La suerte”, en la mayoría de los casos, es el resultado de un esfuerzo y una planificación.
Si alguien no aprueba en un examen que no ha preparado bien, lo que se debe hacer es exigirle responsabilidades y un compromiso serio –que ha de cumplir inexcusablemente- de cara a la próxima ocasión de examen. No es adecuado decirle “qué pena… no te preocupes… otra vez saldrá mejor…”, sino “¿qué vas a hacer desde ahora mismo para que esto no te vuelva a suceder?”
Que no se apruebe es una de las posibilidades, pero con una preparación correcta el índice de probabilidades disminuye drásticamente.
Hay que familiarizarse con la posibilidad de que las cosas no salgan como se desea, porque existe y va a seguir existiendo, pero eso no quiere decir “aceptarlo sin más”, y menos aún “rendirse y conformarse”.
LA MENTIRA DEL AUTO-ENGAÑO
Se está convirtiendo en norma eso de auto-engañarse y convertirse en un experto en excusas y en aceptar las propias mentiras sin rebatirlas, en eso de resignarse sin más y no querer profundizar, en eso de tratar de enviar inmediatamente al olvido todo aquello que no nos ha gustado y de lo que no nos queremos responsabilizar.
Y así, unas veces es que “el profesor me tiene manía” y por eso nos suspende; otras, que “el jefe es un chulo y por eso me ha despedido”; que el que tiene un puesto mejor que el nuestro es porque “es un enchufado o un lameculos”; y si una mujer ocupa un buen cargo en un trabajo será “porque se ha acostado con alguien para conseguirlo”, etc. etc. Una mentira tras otra.
Tenemos una habilidad especial para buscar razones –falsas todas ellas- que justifiquen que nosotros somos normales y lo hacemos todo bien y es el mundo entero quien conspira contra nosotros.
Y es que ser sincero es como hacerse el harakiri uno mismo.
Hay que ser muy, muy, muy, pero que muy valiente, muy ético, muy sincero, muy honorable y muy honrado, para aceptar la realidad con honestidad, para hacerse un examen de conciencia y acatar la parte de culpa que incumbe, para tomar conciencia con humildad de la parte que a uno le corresponde, y no huir de ello dándose a la bebida –para olvidar lo que, precisamente, no hay que olvidar- o enrabietarse contra alguien que no tiene la culpa expresando una ira desmesurada, o eludiéndolo de cualquier otro modo.
No es lo adecuado consolarse con mentiras porque eso impide hacer lo que es verdaderamente adecuado, que es el reconocimiento de lo que hay, sea lo que sea, y la puesta en marcha de las soluciones que evitarán que vuelva a suceder lo mismo en otra ocasión.
No “todo va bien” siempre, así que no es sensato engañarse con esa mentira. No son el destino, ni la suerte, ni el porvenir, quienes tienen que confabularse para que nos vayan las cosas bien, sino que es uno mismo quien ha de tomar las riendas. Y tampoco se les puede utilizar para culpabilizarles de nuestras desatenciones.
No “todo sale bien” y esto hay que aceptarlo con toda la cruda realidad que conlleva, sin drama, sin negación, sin histerismo. Aceptación inmediata, revisión de qué es lo que no estuvo bien para saber lo que no hay que repetir… y siempre con la verdad por delante.
Siempre, por supuesto, involucrándose uno mismo y haciendo lo que haya que hacer. Personalmente, no estoy muy a favor de repetir frases con la idea de que por sí mismas van a hacer milagros. “Voy a tener mucho dinero…”, por ejemplo, ya que eso reduce el tiempo y la intensidad necesarias para conseguirlo ya que uno se relaja pensando que con haberlo dicho se resuelve solo. El efecto es el mismo para “va a aparecer el hombre de mi vida”, o similares. Más bien, “A Dios rogando y con el mazo dando”.
Consolar al afligido me parece estupendo, esperanzar al decaído me parece muy bien, pero engañar o engañarse con frases hechas sin fundamento, con mentiras disfrazadas de verdades, con buenos deseos haciéndolos pasar por realidades… con eso no estoy de acuerdo.
Son un bálsamo que puede acabar convirtiéndose en un veneno.
La verdad es dura a veces, pero es la verdad.
A veces, decir la verdad nos hace pasar por un trago duro, que dura unos minutos, pero la sensación posterior, la liberación, y el sentimiento de haber obrado del modo correcto, compensan el esfuerzo.
La mentira siempre es un acto consciente, del que uno ha de responsabilizarse inexcusablemente, así que la próxima vez que te veas en una de estas encrucijadas … ten claro cómo vas a proceder.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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