PROMETO NO ABANDONARME NUNCA MÁS
En mi opinión, una de las peores cosas que podemos llegar a hacer –y que es muy posible que hayamos hemos hecho en algunas ocasiones- es abandonarnos.
La palabra abandonar es desoladora. Es angustiosa. Sólo pensar en dejar de prestarnos atención, en desatendernos en los momentos en que más nos necesitamos, duele.
Hay muchas formas de desatenderse y todas son igual de pecaminosas. El pecado no solamente está relacionado con la religión; pecado es “todo aquello que se aparta de lo recto y justo, o que falta a lo que es debido”, según indica el diccionario. De ello podríamos deducir, sin temor a equivocarnos, que abandonarse tal vez sea imperdonable. Es una de esas cosas que no debieran suceder nunca pero que, por desgracia, suceden.
No nos enseñan el auto-cuidado, eso es cierto, pero hay un instinto de supervivencia que debería estar por encima, muy atento para que nunca llegue a suceder el descuido personal, y que ese instinto se imponga en cuanto note que uno no se ama en la medida que necesita y merece, que no se cuida como debiera, que no se pone a salvo de las cosas que le hacen daño.
Uno debería tener un Amor Propio muy atento y afinado para que no permita, bajo ningún concepto, auto-agresiones como son la desatención o desertar del cuidado de uno mismo.
Des-cuidarse es dejar de cuidarse. No encuentro una acción –si ha sido hecha sin la intención expresa de dañar- que no merezca una comprensión que lleve, sin obstáculos, al perdón.
¿Por qué se abandona uno?
Uno hace algunas cosas que después comprueba que el resultado no coincide con lo esperado y no es de su agrado. A la vista de eso comienzan las quejas y los reproches, la rabia y la frustración descontrolada; se produce una enemistad consigo mismo en la que uno saca a la luz sus descontentos personales, la retahíla de errores anteriores, y las críticas contra toda su vida. Se instala, sin palabras, una sensación de fracaso porque uno, en ese momento funesto, pierde la objetividad y sólo tiene a la vista su parte menos agradable.
Se llega a la conclusión –negativa y equivocada- de que no merece la pena hacer algo por uno mismo, que todo lo que haga va a estar mal, que no aprende, que es un desastre y un fracaso… la rabia no permite ver las cosas con ecuanimidad. Y uno abandona… y se abandona.
Es conveniente no permitirse llegar a ese extremo. Uno tiene que mantenerse siempre a su lado, defenderse y animarse siempre, recoger sus trozos diseminados con cuidado y amor siempre, y volver a empezar las veces que sean necesarias, sin renunciar jamás a sí mismo, sin desanimarse –a pesar de todo-, sin huir de la sagrada tarea que es Ser Uno Mismo… incluso en los momentos en que uno menos se quiere porque es, precisamente, cuando uno más se necesita.
Nos conviene ser muy buenos perdonadores. Muy comprensivos. Muy bondadosos. Muy humanos. Somos lo único que tenemos. Lo único que somos.
Estamos destinados a pasar el resto de nuestra vida con nosotros mismos y es muy conveniente que esa convivencia sea lo más agradable posible, que sea fructífera, que sea enriquecedora y que se desarrolle en paz.
¿Cuántas veces hemos de perdonarnos? Todas.
Somos imperfectos, débiles, inconstantes, quebradizos, inestables, volubles, distraídos… pero somos la única materia prima de la que disponemos. No podemos cambiar nuestro pasado, así que no queda otra opción que aceptarnos y hacer los arreglos que sean necesarios para llegar a ser la mejor versión posible de nosotros mismos.
Para ello es interesante ser muy tolerante con uno mismo, muy comprensivo, el mejor camarada en los momentos de decaimiento, el que siempre nos espera con una sonrisa cuando regresamos de nuestras batallas personales, el que mejor nos entiende.
Si te has abandonado… ponte una sonrisa y vuelve a comenzar la tarea de reconciliación contigo, retoma tu Camino, sigue en ese proceso de Autoconocimiento y de conciliar todas tus contradicciones. Eres humano. Recuérdalo.
El regalo que recibes cada segundo de tu vida es la posibilidad de volver a empezar. Abrázate o date la mano y pon toda tu firmeza en repetir la Gran Promesa: PROMETO NO ABANDOMARME NUNCA MÁS.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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