CAPÍTULO 169 - CULPABILIZARSE
-ATENCIÓN A LA BAJA AUTOESTIMA-
Este es el capítulo 169 de un total de 200 –que se irán publicando- que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER
En la memoria genética de las mujeres es posible que aparezca la sumisión en la pareja –tal vez desde que vivían en las cavernas y el hecho de que el hombre saliera a cazar le otorgaba el puesto de mando y, de algún modo, ella dependía de él-. Algunas aún arrastran –aunque sea inconscientemente- la tradición de convertir la sumisión en su norma de su vida, porque si no es así resulta difícil entender lo que llegan a soportar en algunos casos.
En las generaciones anteriores las mujeres decían que el matrimonio –ya que había matrimonio porque era inadmisible convivir juntos si no era después de legalizar religiosamente la unión- era una cruz que había que llevar con resignación y como mejor se pudiera; renunciar a sí mismas para primar a su cónyuge y la estabilidad de su matrimonio por encima de cualquier cosa -incluso por encima de ellas mismas- era algo habitual aunque hoy aparente ser incomprensible.
Tenían que cumplir con “el deber conyugal”, que consistía en acceder a las relaciones sexuales a petición y capricho del cónyuge; se suponía que lo importante era la satisfacción de él y no era muy común ocuparse del placer femenino. He llegado a conocer algunos casos –de esto hace mucho tiempo- en que la mujer comía las sobras que dejaba su pareja. Hoy esto es inconcebible. Afortunadamente.
Con este bagaje inconsciente que se arrastra –y que dejaría de ejercer su malvada influencia en cuanto una se hiciera consciente y determinase la desvinculación con ese mandato interno-, es casi normal que las mujeres –sobre todo las que nacieron antes de 1960, más o menos-, tengan latente un sentimiento de responsabilidad y culpa, y en cuanto algo falla empiezan a buscar en sí mismas al culpable.
Es muy habitual que ellas se preocupen en exceso por casi todo, y que acostumbren a culpabilizarse de todo lo que sale mal. Quienes lo hagan así, conviene que revisen si esa actitud corresponde a que prefieren echarse ellas mismas la culpa -en vez de a quien le pertenece-, porque pensar en que es él quien ha fallado implica reconocer que no es tan perfecto como ellas quisieran y es aceptar que se han equivocado en la elección de pareja. Todo este proceso sucede, mentalmente y sin palabras, sin que ellas se den cuenta.
Tiene que prevalecer la justicia y no cargarse con una responsabilidad que no corresponde –y no valen trampas del estilo de “no importa: ya estoy acostumbrada…”- porque la pareja es el conjunto de dos seres independientes que siguen manteniendo sus derechos intactos a pesar del vínculo, y se presupone la igualdad de ambos a todos los efectos de derechos, obligaciones y responsabilidades.
La sumisión y el arrastramiento personal con el objeto de mantener las apariencias de estabilidad en la pareja son una equivocación. No defender la razón propia cuando se tiene, y sí acatar la culpabilidad inexistente en silencio triste, es algo que atenta directamente contra la dignidad personal de ella; y si hay un hombre que permite que así suceda, habrá que cuestionarse muy seriamente si es merecedor de ser compañero de vida de alguien.
Todo aquel hombre que no sea capaz de mirar a su compañera de igual a igual, que albergue la presunción de que ella es su sirviente, o piense que no tiene obligación de hacerla feliz y de compartir con ella una relación gratificante, está equivocado y, lo que es peor, con su equivocación perjudica a su compañera y la condena a una vida infeliz o desgraciada.
Por todo ello, la mujer tiene que evitar culpabilizarse innecesaria o injustamente, y tiene que desdramatizar sus culpas cuando las tenga, porque al ser Humana le asiste el derecho a equivocarse, y por el hecho de ser humana no es perfecta, al igual que el hombre, y por tanto no se le puede exigir la perfección.
La culpa sólo es admisible –y reprochable- en los casos en que conscientemente se ha obrado con mala intención; si uno se ha equivocado, sin querer o por falta de preparación o conocimientos para hacerlo de otro modo mejor, no es necesario buscar y encontrar un culpable –ya que eso implica el castigo que se supone que le corresponde al culpable-, sino que se ha de admitir como algo natural de la vida, sin darle muchos rodeos, sin magnificarlo, con naturalidad y despojándolo de dramatismo.
Equivocarse es una de las posibles opciones que tiene cualquier decisión y hay que tratar de no darle más importancia de la que tiene, que generalmente es muchísimo más leve de lo que se cree y valora.
Es mejor que uno se preserve de las consecuencias desagradables que se forman a partir de un error, que comprenda lógicamente que no es necesario montar un drama por ello, y que hay que borrarlo a la mayor brevedad procurando que deje un aprendizaje para otra ocasión pero no un lastre luctuoso que acompañe para siempre.
SUGERENCIAS PARA ESTE CASO:
- No es necesario culpabilizarse y castigarse por los “errores” cometidos. Con darse cuenta de ello ya es suficiente. En la comprensión de lo que uno ha hecho en desacuerdo con su voluntad de ser, ya va implícita la expiación.
- La sobreprotección al verdadero culpable no es justa ni conveniente.
- A cada uno su ración de culpa, ni más ni menos.
Francisco de Sales
(Si le interesa ver los capítulos anteriores, están publicados aquí:
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